Del natural / Árboles y pájaros , de Gustavo Fontán

ESTRENO en Kilómetro 111

Incluye una misiva de Eduardo A. Russo

Del natural 

 

Árboles y pájaros

 

Hola Gustavo

Retomo el contacto para compartir algunos apuntes sobre Del natural y Árboles y pájaros. Me vino fantástico poder verlas por segunda vez; en el fragor del DocBsAs suelen amontonarse las intensidades. Permitiéndome un entorno más reposado pude verificar algunas primeras impresiones y descubrir algunas cosas más. Además fue una experiencia enriquecida gracias al Cuaderno de trabajo/Cuaderno de citas que generosamente me acercaste.* De pronto me encontré deambulando por un espacio que no sé bien cómo llamar, si el laboratorio, el taller o la cocina de tu cine, donde algunas palabras e imágenes, tuyas o de algunos interlocutores decisivos, dialogaron con lo visto en pantalla y ensancharon esa dimensión de espectador pensativo que cultivan piezas como éstas. Muchas veces solemos reducir, en la conversación sobre los documentos que llevan a una película, a la condición de meros instrumentos. Tu doble cuaderno contiene mucho más que eso: apuntes, notas, recuerdos, vestigios, imágenes, hasta hojas y flores incrustadas en las páginas. Hay ahí un magnífico trabajo de montaje que anticipa y prolonga los films, además de convertirse en algo muy distinto a esos instrumentos que siempre indican cómo hacer algo. Más bien aquí es todo lo contrario, se trata de un dispositivo para pensar y sobre todo para interrogarse sobre estas películas, con no pocos ángulos que apuntan al cine en general.

Volviendo a Del natural y Árboles y pájaros, ahora nos encontramos con el políptico completo. Se me ocurre que estos cuatro cortos también pueden ser agrupados como dos dípticos en sucesión. Esa idea de cartografiar el espacio circundante, en principio mirando desde la terraza y luego ampliando los círculos en el registro de otros ambientes, o revisando los archivos, también podrían ser considerados en cuanto a los tiempos que nos rodean en estos dos últimos años, y cómo están poniendo a prueba, entre otras cosas, hasta nuestra percepción de la temporalidad. El primer díptico, filmado durante el primer año de pandemia y encierro, posee un tono claramente más cerrado sobre sí que el segundo. Tal vez por haber aprendido más o menos qué hacer o cómo sobrellevar el trance, en las piezas de esta segunda temporada se perciben no pocos signos de apertura. Es curioso, te escribo esto y no puedo dejar de recordar que nuestros encuentros en la Lugones, en este último DocBsAs, fueron los de mi retorno a una sala de cine luego de marzo del 2020. Para mi asombro, encontré que el mío no era un caso excepcional. Pero la revisión, así como lo fue el encuentro con el primer díptico, la hice en el entorno doméstico-laboral hogareño, entre protector y claustrofóbico, en el que persevero hace ya dos años. Encuentro en Del natural y en Árboles y pájaros una dimensión de secuela, entendida tanto en el sentido cinematográfico del término como en el vocabulario médico que nos es tan cotidiano últimamente: hay duelo, negociación con el trauma, y también, esperanzadoramente, algunos caminos abiertos. Retomando aquello que me impresionó de Godoy en Luz de agua, sobre estar perdido en el tiempo, , estas dos piezas no solamente se lanzan al encuentro de otros espacios y de sus habitantes, humanos, botánicos o zoológicos, sino también de  esos tiempos que posibilitan algunos encuentros y reencuentros. En Del natural, esa estructura circular que parte y vuelve hacia el tramo final con la lluvia sobre el muro, traspasa aquel orden de la vigilia que era crucial en el primer díptico. Pero en las salidas al río o al mar, además de la posibilidad de un respirar distinto en las imágenes, también hay sueño, al menos ese sueño propuesto a un espectador de estos tiempos: el de los espacios abiertos, el de la mirada sostenida a larga distancia.

Me encantó esa rosa nocturna sobre el fondo oscuro que insiste en Del natural, y produce una emoción extraña redescubrirla disecada en el Cuaderno. Es el viejo poder de la flor del sueño de Coleridge, que tanto le gustaba recordar a Borges. Claramente, no es la imagen de la foto o del dibujo de la rosa, sino la estampa producida por su misma materia. Seguramente algo de su aroma debe permanecer ahí, devolviendo estados de la imagen y la materia, entre el cine, el cuaderno y el libro por venir. Creo que lo que estás produciendo en esa dialéctica entre palabras tuyas y de otros, entre palábras e imágenes, entre escritos y pantallas, abre un camino exploratorio que tendríamos que ingresar sistemáticamente en las clases de realización, de guión, de análisis, para quebrar esa demanda imaginaria de siempre: la de enseñar cómo se escribe, cómo se filma, cómo se lee o analiza. La cuestión fundamental es reemplazar la instrucción por el despliegue de preguntas, ahí es donde se comienza a aprender algo, traspasando la mera reproducción.

 

Del natural. Cuaderno de trabajo/cuaderno de citas

 

El entrelazado entre vigilia y sueño, o al menos la apertura a cierto ensueño, que se esboza en Del natural,  se convierte en alerta en Arboles y pájaros, en el que creo advertir un ensayo sobre la distancia en la mirada. Los planos generales del follaje, el disimulo o la irrupción de las aves que se anuncian por sus llamados, hacen que el ojo se agudice, siempre interrogativo, dispuesto a seguir  el salto, a percibir el vuelo. No llama a la mirada  morosa, sino a esa respuesta inmediata que uno debe aprender. Medio lento para capturar esos pájaros, yo tiendo a instalarme más bien cerca de aquello de lo que se quejaba Hebe Uhart en Animales, cuando admitía: “cuando me dicen que mire, ya el ave voló”. Pero bueno, en el cine la mirada tiene la famosa segunda oportunidad, lo que me tranquiliza un poco.

Veo en el avistaje de las aves de Árboles y pájaros un acento que se desplaza del protagonismo que las recorta en el espacio, como para aislarlas y  reparar en su aspecto y movimiento. En ese sentido se ubica en las antípodas de cualquier documental canónico sobre aves. Aquí el asunto es cómo los pájaros interactúan con las plantas, y cómo ese juego de pájaros y follajes se recorta en el espacio, en el cielo y la luz, y cómo todo ello también remite a la distancia del encuadre, involucrando la mirada del cineasta y del espectador. El vínculo entre árbol, pájaro y espacio se redobla hacia lo que esa relación compleja plantea a la mirada de la cámara. Y tras ella, el ojo del cineasta. Me ayudó particularmente esa expresión tuya del Cuaderno sobre un “exceso de presencia”, que curiosamente no se corresponde con un abarrotamiento visual. Más bien lo contrario:  lo que se produce es la comprobación de que en lo visible acecha siempre algo más para ver, a veces mucho más, en un ocultamiento provisorio, que aquello que se muestra. En ese sentido, lo que cultivan estas películas es, cuestionando un qué ver, todo un aprendizaje de cómo ver.

Pensé varias veces mientras veía Árboles y pájaros: ¿qué cronología es la de los hechos filmados de esta pieza? Cuesta inferir una progresión, más que en las anteriores. Como si todo intento de estructurar una secuencia temporal cediera ante esa multiplicación de encuentros puntuales. Y de pronto apareció la sospecha de que ante estas vidas de plantas y de pájaros, ese correr de los días, tal vez esa cronología no importe y que los hechos estén más bien articulados por una sucesión de bucles, donde se alternan lo reiterado y lo diferente. La estructura de la repetición y de esas series que, como remarcas en el Cuaderno, se dan en clara oposición a la mecánica de lo seriado. Por sobre todo, el interjuego de la sombra y la luz es una danza fundamental que atraviesa el políptico completo, pero también podemos ver a Árboles y pájaros como una fascinante conversación entre los verdes y los azules. No ingreso más por este camino porque se me ocurre que este correo se extendería hasta lo inadmisible, acicateado por las ideas de Turner, Matisse o Bacon, entre otros, que convocas en el Cuaderno. Me detengo entonces en mis conjeturas sobre el color para volver a la lluvia, y la irrupción del breve y siempre bienvenido arco iris. Si el tuyo es un cine fluvial, como acotaba Oscar Cuervo, también sin duda es un cine climático. No por ese lugar común que alude a la creación de atmósferas en lugar de narraciones “fuertes”. Recuerdo a Lucrecia Martel fastidiada cada vez que alguien decía que el suyo era un cine de atmósferas, y replicando que eso de la atmósfera era cosa de meteorólogos. Esto es otro asunto: hay momentos en que el cine toma lo que el clima ofrece o impone, esos cambios que desde nuestra perspectiva humana son azarosos, pero que hacen parte de la física incontrolable de cada rodaje. De pronto se levanta viento, comienza a llover, o simplemente el sol queda tapado por las nubes. Más allá de esos proyectos locamente magníficos como el del viejo Ivens en su Una historia del viento, recuerdo que quien tenía muy en cuenta este poder del cine para captar del natural los cambios del tiempo, desde lo sutil a lo espectacular, era Eric Rohmer. Es en ese sentido que su cine se extendía sobre el clima y sobre atrapar la naturaleza, tanto como se detenía en los sentimientos o ideas de sus personajes, cosa que se percibe en cada uno de sus exteriores y se eleva a acontecimiento central en algunas amables maravillas como El rayo verde o La hora azul.

Me interesa especialmente esa pregunta que te formulas a lo largo de estas películas, compartidas con Bocchicchio: ¿Dónde está el hilo? Veo a través de los últimos libros de Jacques Aumont una idea que también ha buscado su propio hilo. En el hilvanado entre las imágenes radica la emergencia de la ficción, y esa conexión primordial nos seduce porque precisamente ahí late el misterio de la causalidad. Ver una película sería entonces experimentar sensaciones y sentimientos, con la posibilidad de elaborar ideas, por medio de una ficción y a propósito del mundo. Asoma en este segundo corto no un hilo sino un entramado de conexiones tan poderosas como casi imperceptibles para el observador, entre los pájaros y las ramas, una conexión entre lo animal y lo vegetal, a la que sólo cabe asomarse asombrados y expectantes. Así construye su espectador Árboles y pájaros, en una incitación a cultivar la mirada, antes que el ofrecimiento de imágenes plenas. Si en Del natural se aprecia esa vocación por aprender ese “tiempo lento de las cosas que crecen” de las que hablaba Federico Falco, en Árboles y pájaros la agitación del follaje, los caprichos del viento y el aleteo o el vuelo imponen sus tiempos.

 

Árboles y pájaros

 

En el Cuaderno de notas leo, por último, algunas líneas inquietantes sobre esos incidentes con los gorriones empecinados en batallar contra su imagen en los vidrios y recuerdo lo que te escribí sobre David Larcher y su pájaro combatiente en la ventana del baño. No abundaré en el admirable birdwatcher J. A. Baker y sus lecciones sobre la mirada, a las que me asomé en estos meses, sino que resalto y tomo nota de lo que acota Alicia Genovese sobre estos extraños entreveros pajariles, en guerra contra su imagen reflejada. Esa hipótesis me convence cada vez más: estos son los primos aéreos del pez betta que tomó Coppola como emblema de Rumble Fish. Lamentablemente no pude encontrar el video de Larcher que te comentaba, quedó en algún VHS ya imposible de ubicar. Pero en Árboles y pájaros no se despliegan ventanas o espejos. En todo caso sospecho que lo que hay de espejo tiene que ver con nosotros. No solo encontramos aquí árboles y pájaros, sino humanos preguntándose qué es lo que allí se juega y qué tenemos que ver con eso. Recuerdo al respecto aquel proverbio hindú que traía Uhart, también en Animales: “Yo me había hecho vecino de los pájaros, no porque hubiera apresado alguno, sino porque me había enjaulado cerca de ellos.” Y automáticamente viene (¿a vuelo de pájaro?) aquella vieja acotación de Bresson, cuando le preguntaban por qué en sus películas aparecían tanto las cárceles y los encarcelados. Respondía que eso podía deberse a que todos somos, de una forma u otra, prisioneros. En fin, solemos pensar a la pantalla como ventana, como marco, como espejo, pero también el cine nos recuerda que suele oficiar muy bien como muro, aunque más no sea para insinuar algunas puertas entreabiertas. Del natural y Árboles y pájaros rinden tributo a esa posibilidad.

A esta altura advierto que me explayé bastante más que en mi mensaje anterior. Mis disculpas: me pongo a escribir un e-mail y termina saliendo una epístola dieciochesca. Detengo entonces, con tardía prudencia, estas elucubraciones agradecidas.

 

Un abrazo

EAR

* Del natural. Cuaderno de trabajo / cuaderno de citas se publica este año por VerPoder.

2 Comments
  • kilometro111
    Posted at 21:07h, 08 marzo

    Oh, Muchas Gracias, Gustavo!!!
    You have restored my faith that we are in such a beautiful and diverse world!
    Del natural is a tremendously dynamic symphony, and Arboles y Pajaros is a film that should be called a surprisingly delicate song…
    Del natural’s montages of rain, river, and sea remind me especially of the montage from a vase of flowers at night to a temple garden in broad daylight in Ozu’s Primavera tardía, or of people heading to the train station in El començament de la primavera.
    The birdsong of Arboles y Pajaros, along with the background sounds, each seems to become your paintbrush to color the sky. It is something more private than Mekas or Sokurov, something free, something important that makes you feel alive that day.
    And Mr.Eduardo A. Russo’s text is beautiful too!
    I wish we could present your films in Japan again!
    When the world and covid-19 settle down a bit more (Tokyo still has close to 10000 infected for a day)….

    Best,

    Daisuke Akasaka

  • Ben Bollig
    Posted at 12:56h, 15 marzo

    Los vi anoche – felicitaciones por dos trabajos hermosos, son cátedras de cómo mirar y escuchar, y aun en la pantalla chica de mi compu me sentía atraído por la imagen, que es pura superficie pero con una enorme profundidad. En algunos momentos me perdí completamente. Además, me puse a pensar en cómo pueden dos películas que ostensiblemente son tan similares diferir tanto – la experiencia de Árboles y pájaros implica otra forma de mirar para sus espectadores, o por lo menos para este, que por ahora no sé cómo expresar con palabras. Muchas gracias, Gustavo, y el equipo de la revista, por compartir estos trabajos extraordinarios. Desde Oxford, mis saludos, Ben.

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