Un nombre para todo aquello. En torno al cine ensayo y el terrorismo de Estado (Colombia, Argentina)

por Germán Scelso

Quería escribir un texto sobre Pirotecnia (2019), la película-ensayo del colombiano Federico Atehortúa Arteaga, pero me salió otra cosa. El cine-ensayo supuso la aparición de una escritura libre de géneros, pero con la misma suerte que el ensayo literario, más tarde dejó esa actitud libertaria para con­vertirse en género. ¿Cuándo puede consolidarse un género? Cuando una serie de experimentos asume, lejos del divague argumental precedente, cuáles son sus ele­mentos repetitivos y a partir de allí trata de volverlos evidentes e identitarios. “Quería hacer una película sobre la televisión, todo lo que significa la televisión en la vida de una persona, pero me salió otra cosa”, dice la voz en off de Andrés Di Tella al comienzo de su película-ensayo La televisión y yo (2003), que termina siendo el retrato de la relación con su padre. Con el uso de esta forma gramatical y con otras alusiones, emparenta su trabajo con The Sherman’s march (1985) del norteamericano Ross McElwee. McElwee introduce con su voz en off y cuenta que una película que comenzó a realizar sobre la campaña del General Sherman durante la guerra civil estadounidense, termina siendo otra cosa, un ensayo sobre sus propias relaciones amorosas.

La voz en off de Atehortúa Arteaga dice “Esta, iba a ser una película sobre los ini­cios del cine en el país, sus primeras imágenes, pero…”, y continua después expli­cando, en un breve juego de relaciones de sentido, cómo su película terminó tra­tándose de la relación con su madre, quien de un día para el otro se había quedado muda por completo: “Afectado por este incidente familiar, y a merced de lo que conecta todas las cosas entre sí, quizás, los primeros momentos del cine nacional y la mudez de mi madre, pueden ser parte de un mismo escenario”. Este recurso gramatical que se repite pareciera colocar a estas películas, también, en un mismo escenario: son típicos films-ensayo. Son detalles recurrentes que no definen un gé­nero pero se convierten en accesorios distintivos. Más tarde, en objetos vendidos en laboratorios de creación, en donde los creadores son guiados para que mejoren las ideas de sus proyectos: “¿Has pensado en usar tu voz en off, contarla en prime­ra persona?” Esta es otra consigna que se repite entre script-doctors. Conceptos y palabras como “primera persona”, “tu voz en off”, “proyecto”, “materiales” o “ar­chivo” se vuelven piezas genéricas. ¿Qué es entonces la primera persona? Muchas veces, solo una fórmula narrativa. Pero hay películas en las que su creación es una voluntad vital, y política, porque es una voz que reacciona frente a los efectos de una represión cultural y estatal que produjo daño extremo sobre cuerpos y subje­tividades. Por ejemplo, El silencio es un cuerpo que cae (2017) de Agustina Comedi, es la primer película hecha por una hija sobre su padre y una historia homosexual; el retrato se enmarca en el contexto represivo y despersonalizador de la sociedad argentina para con el colectivo LGTB, que silenció su persona que ahora reaparece a través de la voz en off de la directora. En este sentido, Pirotecnia despliega la voz de su autor siendo una de las primeras películas de la nueva generación de directores colombianos que reflexiona desde la post-violencia. Digo post-violencia porque no encuentro un nombre para todo aquello. Colombia no tuvo dictaduras al es­tilo sudamericano, es decir, como en Argentina o Chile. En Argentina o Chile se puede hablar de “la dictadura” y se entiende que se trata de la última dictadura. Es más, se entiende incluso, y no vagamente, qué es lo que ocurrió; hubo dictadores y un pueblo sometido. En Colombia suelen referir lo ocurrido diciendo “guerra”, una palabra que nombra sin nombrar. Al ver Pirotecnia, la desaparición de la voz de la madre del autor es quizás una metáfora de esta imposibilidad de nombrar la violencia política colombiana.

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