¿Quién observa a quién?
Algunas aproximaciones al enigma del complot generalizado

A propósito de las tramas conspirativas de F. J. Ossang

por Ezequiel Fanego

 

I

 

Las tramas conspirativas son un elemento central en el cine del director francés F. J. Ossang. En cada una de sus películas, con el correr de los minutos, ese rompecabezas de intriga policial al que desde un comienzo intentamos acomodarle sus piezas se va espesando de una manera tal que, poco a poco, sospechamos que sus partes nunca van a terminar encajando. Como una maraña de hilo que se tensa cada vez que tiramos de sus extremos, o un laberinto de espejos que duplica sus pasadizos al infinito, las líneas narrativas que sostienen el ritmo del relato se espesan, se confunden entre sí, a la manera de esos cuentos decadentistas en los que la forma asfixia el contenido. El lenguaje narrativo se vuelve poético, pura saturación significante, importa menos adónde nos lleva que el viaje en sí.

Antes de la proyección de su primer largo, El caso de las divisiones Morituri, en la retrospectiva que le dedicó recientemente el MALBA, Ossang señaló que el film había sido su respuesta a ciertos acontecimientos políticos de los años setenta, en referencia al sombrío destino de las RAF en Alemania.[1] Filmada entre 1983 y 1985, esta película sin embargo es más productiva leerla como una bisagra que a la vez que testifica el fin de una época, el ciclo de movilizaciones políticas de los años sesenta y setenta, da comienzo a otra. Si la película de 1978 de Derek Jarman, Jubilee, es considerada una síntesis estética del punk inglés, El caso de las divisiones Morituri es claramente una obra postpunk: la primera captura el momento de estallido y violencia que instaura el no future; la segunda directamente habita el día después. ¿Qué nos queda cuándo los sueños de revolución se extinguieron en un charco de sangre? ¿Qué les pasa a esas vidas que perdieron su sentido?, ¿y qué formas adquiere el poder cuando su triunfo parece inapelable? La película se vuelve más inquietante cuando reconocemos que muchos de los fenómenos que documenta siguen vigentes, incluso intensificados, y caemos en la cuenta de que el ciclo político que ve nacer, el del largo dominio neoliberal, continua aún hoy. «Cuando termina la historia empieza la eternidad», dice un personaje en otro de sus films, Dr. Chance. Sin horizonte histórico el tiempo se vuelve circular, repetición, vagamos por los desiertos como esos personajes rimbaudianos de las películas de Ossang, fugamos sin saber ya de qué. Damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego. Quizás no deberíamos haber tomado tan a la ligera el fin de la historia de Fukuyama: antes que matar al mensajero habría que contestar ese mensaje, porque el fin de la historia estaba ahí, imponiéndose, seguramente no como clausura definitiva, pero sí como rasgo epocal y sistémico… nada que celebrar, claro, pero cuarenta años después tampoco es fácil negar el peso de su evidencia.

 

 

Repongo un poco el argumento para quienes no la hayan visto: las divisiones Morituri son un grupo terrorista de gladiadores-punk que amenazan la paz burguesa con sus rituales de muerte. Están liderados por Ettore, una figura mesiánica que se vuelve una especie de ícono underground juvenil y son parte de un entramado bastante confuso que los vincula al director de una corporación, una mezcla de agente publicitario e ideólogo terrorista que financia sus acciones mientras confronta al poder judicial y a la prensa. Los detalles argumentales no vienen al caso, lo que importa es resaltar la forma que adquiere esa trama política a medida que se desarrolla; una forma que es común a todos los films de Ossang. Sus actores principales son indistinta y simultáneamente mercenarios, espías, jueces, traficantes, falsificadores de arte, abogados, periodistas, operadores financieros. Todos agentes dobles, operando simultáneamente en múltiples direcciones, las dos caras de un mismo guante. La acción política deviene espectáculo, manipulación y traición. Y el poder deviene control: pese a que las películas de Ossang son películas sobre el poder, casi no vemos uniformes ni cuarteles, no hay trascendencia ni momento soberano. El poder es pura inmanencia, despliegue acéfalo o en realidad proliferación infinita de terminales inteligentes, un código que se replica a sí mismo. Los agentes del poder y del contra-poder son funcionarios que integran una maquinaria abstracta, no-teleológica: como la Máquina-Mundo de Franz Gsellmann[2]  o el perpetuum mobile,[3] funcionan porque están ahí para funcionar, su fin último es la perduración del funcionamiento mismo. Por eso los films de Ossang frustran siempre nuestra necesidad de resolución y por ello las teorías conspirativas son tan adictivas como ineficaces. Porque no hay un detrás ni un origen de la trama, el fundamento del poder es la trama misma, su propia estructura.

 

Doctor Chance. «Poema épico de una generación fantasma que sueña con falsos recuerdos»

 

II

Avancer, se replier, avancer se Replier — mais surtout avancer masque!. El grito de guerra de Ettore: Avanzar y replegarse, avanzar y replegarse, pero sobre todo, avanzar enmascarado.

Probablemente el secretismo y la intriga sean intrínsecos a la vida política, pero hay épocas –y esta pareciera ser una de ellas– en la que el tráfico de influencias y el ocultamiento se posicionan como el factor decisivo. En los últimos años es posible registrar –tanto en el ámbito local como en el internacional y en el de la ficción como en el periodístico– una presencia creciente de relatos de este tipo, en los que poder se asimila a información. Por supuesto, no es casual que en la actual era cibernética, donde el mundo se vuelve dato y los datos son la principal fuente de poder global, la política se desenvuelva predominantemente como un silencioso conflicto entre inteligencia y contra-inteligencia.

Tomemos un caso paradigmático del conflicto global actual: la persecución y confinamiento del hacker y director de WikiLeaks, Julian Assange. Tanto su caso como el de Aaron Swartz, John Snowden, o el de la entrañable Chelsea Manning,[4] deberían llamar fuertemente nuestra atención, porque en ellos se juega una batalla decisiva para nuestro tiempo. El orden global presiona para que prevalezca un tipo de soberanía estatal-corporativa sobre la información y una tipificación de los crímenes informáticos en clave de terrorismo y de seguridad nacional. Del lado opuesto, se pretende abordar el asunto desde la perspectiva de la libertad de expresión, el derecho a la privacidad y el acceso a la información. El debate, tanto judicial como político, gira en torno a la disyuntiva de si WikiLeaks implica una nueva forma de hacer periodismo o de espionaje informático. ¿Es Assange un paladín de la libertad de expresión o un conspirador operando contra los EEUU? ¿Son Snowden y Manning whistleblowers, denunciantes anónimos que sintieron el deber de sacar a la luz los mecanismos ocultos de la vigilancia global? ¿O agentes encubiertos que sabotearon el sistema de seguridad de su país? Y si en todos esos casos fuera la segunda alternativa, ¿acaso no necesitamos una inteligencia de código abierto que se oponga a los agentes policiales del orden global? ¿No deberíamos nosotros también producir plataformas autónomas que nos permitan transformar los datos en información y la información en inteligencia, es decir, en estrategias para la acción?

Las estructuras de poder se perfeccionan en tanto redes de observación permanente. Al mismo tiempo, ciertas formas residuales de soberanía moderna (estatal, territorial) se transfiguran en dominio corporativo transnacional y biopolítico, gestión y control global de poblaciones. Esa regulación de nuestras vidas funciona de un modo continuo y fluido al traducir nuestros comportamientos en datos que son procesados en simultáneo por los servicios secretos y las agencias de marketing. Lo que alguna vez fue un recurso de la guerra entre naciones se reorientó luego a la vigilancia de los propios ciudadanos, con el pretexto de la lucha con el terrorismo o el narcotráfico. Hoy ese reordenamiento ha sido totalmente normalizado y sus recursos y capacidad de acción crecen exponencialmente al ritmo de la revolución comunicacional. En este contexto, es necesario reorientar también el foco del conflicto hacia la producción y disponibilidad de la información. El eje de este conflicto es uno en el que se oponen visibilidad / invisibilidad, o transparencia / opacidad.

“Lo que aparece es bueno, y lo bueno es lo que aparece” decía la fórmula con la cual Guy Debord resumía el funcionamiento de la sociedad del espectáculo. Hoy en día esa formulación cobra otras resonancias: si lo que aparece es bueno, lo que no aparece es directamente peligroso. La hipótesis bélica es substituida por la hipótesis del terror, a partir de la cual toda clandestinidad debe ser visualizada, controlada o eliminada. Tenemos dos maquinarias de producción y administración de la información en puja. Es decir, dos programas de visualización opuestos, que despliegan su batalla tanto en la inestable geografía del ciberespacio como en el terreno más tangible de lo jurídico y lo geo-político.

En la compleja geometría del mundo contemporáneo, fluida, inestable, descentralizada, todavía está en disputa la definición de aquello que aparece. La opacidad es hoy al mismo tiempo recurso del poder y refugio minoritario. Generar nuevas estrategias de anonimato y zonas de opacidad ofensiva[5] que nos sustraigan de la individualización vigilante es esencial para cualquier proyecto de resistencia. Al mismo tiempo, la disputa se juega también en el campo de lo visible: de un lado, una pretendida ética de la transparencia absoluta que, preservando la oscuridad del poder, pretende instaurar un mundo de luminosidades fraudulentas, sin sombras ni misterios ni oscuridad, para el cual todo lo que existe es inmediatamente accesible, cuantificable y gestionable. En oposición, un alumbramiento que, en la tradición de la ilustración radical, expone los mecanismos del poder, desnaturalizando su funcionamiento y estableciendo los puntos del sabotaje.

 

I love Chelsea Manning. Obra del artista Tobias Dirty

 

III

Una nueva referencia a Debord. En 1988, tras veinte años de silencio, publicó Comentarios sobre la sociedad del espectáculo,[6] una actualización de su principal obra que había visto la luz originalmente en tiempos del Mayo francés. En este segundo volumen, Debord describe una nueva fase de la sociedad espectacular, a la que denomina “lo espectacular integrado”, en la que espectáculo y realidad coinciden de manera absoluta. Ya no hay nada que escape a la simulación ni que pueda dar respuesta a la falsedad, como lo habían podido hacer en su momento las organizaciones obreras: “lo verdadero ha dejado de existir en casi todas partes o, en el mejor de los casos, se ha visto reducido a la condición de una hipótesis que no puede demostrase jamás.” La pregunta es: ¿Hay todavía lugar para una contra-ofensiva en el imperio del simulacro?

La actualidad de este pequeño libro impresiona y deja sin aliento.[7] Con un tono profundamente nihilista y paranoico, Debord denuncia que el imperio de la simulación, al mismo tiempo que anula el conocimiento histórico instaura el secreto generalizado. Todos sabemos que conocemos muy poco de lo que pasa, y que eso poco que conocemos probablemente sea el resultado de algún tipo de manipulación. También sabemos que lo que se nos presenta como la cara visible del poder no es otra cosa que la forma de su ocultamiento, un señuelo que disfraza las verdaderas redes de influencia. La revelación o la denuncia ceden su lugar a la práctica organizada del rumor y la desinformación, en tanto estrategias políticas privilegiadas: los agentes secretos se vuelven revolucionarios y los revolucionarios, agentes secretos. «Así, miles de complots a favor del orden establecido se entrecruzan y se combaten unos a otros en todas partes, a los que se añade la imbricación cada vez más densa de las redes secretas, las indagaciones secretas y las operaciones secretas y su proceso de integración en cada rama de la economía, la política y la cultura. La proporción de observadores, desinformadores y asuntos reservados aumenta constantemente en todos los ámbitos de la vida social. Cuando el complot general ha alcanzado tal densidad que se extiende poco menos que en plena luz del día, cada una de sus ramificaciones puede importunar o inquietar a otra en cualquier momento, pues todos esos conspiradores profesionales acaban observándose unos a otros sin saber bien por qué, o tropezando unos con otros por casualidad y sin saber reconocerse a ciencia cierta. ¿Quién quiere observar a quién? ¿Y a cuenta de quién? Las verdaderas influencias permanecen ocultas, las intenciones últimas difícilmente se sospechan y casi nunca se comprenden. De modo que nadie puede decir que no haya sido engañado o manipulado, aunque raras veces el manipulador mismo puede saber si ha salido ganando o no».[8]

Hay no pocos momentos en los que estos pasajes de Debord sobre el complot generalizado alcanzan una intensidad conspiranoica, bordeando la locura. Y cabría preguntarse si no estamos en una época en la cual lo verdaderamente patológico sería resistirse a la paranoia. Habituarse a la certeza de que somos observados definitivamente no debiera ser signo de salud mental. Más natural, o al menos más útil, es proyectar ojos y oídos allí donde sospechamos que pueda haberlos, tapar las cámaras de nuestras computadoras con cinta, o tratar de imaginar quiénes operan esos dispositivos de captura y con qué intereses.

El peso inapelable de estas visiones nos deja sin claves aparentes para salir del laberinto. ¿Debemos entonces transformarnos nosotros también en especialistas del secreto, en agentes de la organización del silencio? Y en ese caso, ¿existe algún saber que nos permita navegar sin perdernos en el tablero del complot generalizado? En su libro Enigmas. Egipcio, barroco y neo-barroco en la sociedad y el arte,[9] Mario Perniola enfrenta el pensamiento del secreto con el pensamiento del enigma. Según él, el límite del secreto es que todavía descansa sobre un presupuesto dualístico, maniqueo, que opone a la falsedad una verdad simple. Durante los años sesenta y setenta el mundo se presentaba para Debord relativamente al descubierto: la división entre explotados y oprimidos, burgueses y proletarios, pueblo y oligarcas, estaba a la luz del día. En el espectáculo integrado, esa misma estructura se encuentra eclipsada bajo un denso manto de secretos y de falsedades que hace imposible su comprensión. Si corriéramos ese velo, sin embargo, la verdad volvería a manifestarse tan simple como siempre.

El problema es que, como reconoce Debord, esa trama de ocultamientos y de manipulaciones es ahora la realidad misma. Nada nos garantiza que tras ella persista esa verdad simple anhelada por Debord, si es que en algún momento existió. Una sociedad en la que nadie sabe efectivamente qué es lo que está sucediendo, ¿puede definirse como una sociedad del secreto? Perniola es muy claro: ante el fracaso de la estrecha concepción maniquea de la realidad encarnada por el triunfalismo utópico de los sesenta y setenta es necesario que asumamos el punto de vista del enigma, un punto de vista sensible a las contradicciones, las paradojas, las complejidades, mutaciones y pliegues. Un punto de vista anti-utópico y anti-nostálgico, y, sobre todo, un punto de vista ni esencialista ni identitario.

El secreto supone una verdad oculta. Cuando nos enfrentamos a un secreto, sabemos que la respuesta existe por más que esté encriptada. Se trata simplemente de encontrar la combinación adecuada para acceder a ella. Por el contrario, un enigma es insondable: no hay ninguna verdad oculta por descubrir, no hay ninguna respuesta definitiva a la pregunta. Un enigma es un dilema infinito sobre el cual solo es posible decidir en virtud de un acto de intuición ético-estético, no de una solución acabada como la que ofreceríamos para una ecuación matemática. Vuelvo brevemente a las películas de Ossang. En un plano de Dr Chance uno de los personajes encuentra una frase manuscrita en la primera página de las obras completas del poeta Georg Trakl. El texto cita una supuesta sentencia de Platón: «L’enigme = l’objet de la pensée qui n’est pas exprimé par la parole» [El enigma: el objeto del pensamiento que no se expresa en la palabra].

El punto de vista del enigma nos permite de esta manera asumir que la realidad no es una e inmutable, y que por tanto no se la puede ocultar. Sus términos no son permanentes ni se bastan a sí mismos, son dinámicos, relacionales: se parece más a un palimpsesto que a una sumatoria lineal de datos, y por ello sus lecturas posibles son múltiples. El pensamiento del enigma nos permite abordar el campo político no como un plano horizontal con unas coordenadas simples que van de derecha a izquierda, sino como un cubo, o un poliedro, una figura que se complejiza cuanto más la conocemos, multiplicando caras, profundidades, alturas y temporalidades. El pensamiento del enigma nos permite aceptar y abordar las paradojas que nos depara la acción política. En el plano nacional, por ejemplo, nos permite pensar los orígenes compartidos entre los ultranacionalistas de Tacuara y Montoneros, o la biografía de Patricia Bullrich, Galimberti o Mario Montoto, exsecretario de Mario Firmenich y actual proveedor de equipamiento bélico y de vigilancia para el gobierno de Macri. Nos permite también tirar del hilo que vincula a la dictadura militar con la SIDE y la AFI, para intentar responder por qué la misma estructura que le entregaba escuchas a Néstor Kirchner para que lea a la hora de la siesta conspira ahora contra Cristina Fernández. El enigma, dice Perniola, “es coincidencia de contrarios, concatenación de opuestos, contactos de divergentes y también contrariedad de coincidentes, oposición de concatenados, divergencia de cosas que están en contacto entre sí”.[10]

Para superar el secreto es necesario asumir el punto de vista del enigma, es decir, abandonar la búsqueda de verdades simples y de objetivos puros. Asumir que el poder no es, como se quiere hacer ver muchas veces, una estructura neutra al servicio de unas determinadas intenciones, sino, por sobre todas las cosas, una intención en sí misma: magia negra que somete tanto al hechicero como al hechizado. “La oposición verdad-mentira debía ser substituida por la oposición posible-imposible”, dice una voz en la novela-artefacto de Piglia La ciudad ausente. Si nada es verdad, todo está permitido. Tomemos esas escuchas, cortémoslas en pedazos, mezclémoslas. Manipulemos los videos, multipliquemos los mensajes encriptados, propaguemos grabaciones, apliquémosles efectos de posproducción. Infiltremos más y más voces apócrifas: Fake, fake fake. Estafemos los canales de la comunicación. Escuchemos. Veamos qué es lo que realmente dicen.

 

En 2004, el entonces ministro de Justicia Gustavo Beliz mostraba una foto del espía «Jaime» Stiuso en el programa Hora clave de Mariano Grondona. “Vos podés sentir que si pinchás teléfonos para tener información sos más poderoso, pero vas a ser esclavo de quien los pincha.» [Imagen manipulada por el Colectivo Zugzwang]. 

 

 

[1] La Facción del Ejército Rojo (en alemán: Rote Armee Fraktion o RAF), también denominada como la banda Baader-Meinhof (bautizada así por los apellidos de dos de sus principales líderes), fue una de las organizaciones revolucionarias más activas de la Alemania Occidental en la posguerra. Los miembros de la RAF fueron encarcelados en la prisión de máxima seguridad de Stammheim (construida expresamente para ellos) en celdas aisladas, con prácticamente ningún contacto con el exterior. Años más tarde aparecieron “suicidados”, en lo que probablemente fue una ejecución extrajudicial orquestada por el gobierno alemán.

[2] Franz Gsellmann fue un granjero austríaco fascinado por la electricidad y los dispositivos eléctricos que al ver una foto en un periódico del Atomium, un modelo a gran escala de un átomo que se usó como símbolo para la Exposición Mundial de 1958 en Bruselas, inmediatamente viajó en tren para verlo en la realidad. Regresó con un modelo a pequeña escala del Atomium que ocultó en una habitación de su granja donde comenzó a construir su Máquina-Mundo. Gsellmann trabajó durante más de veinte años en su creación a partir de chatarra que compraba sin que lo supieran su esposa y familia. El resultado fue un artefacto de colores brillantes, de 3 metros de alto por 6 de largo, con veinticinco motores eléctricos, lámparas intermitentes y dispositivos silbantes, cuyo único objetivo era funcionar de manera majestuosa.

[3] El móvil perpetuo (en latín, perpetuum mobile) es una máquina hipotética que sería capaz de continuar funcionando eternamente, después de un impulso inicial, sin necesidad de energía externa adicional. Se basa en la idea de la conservación de la energía. Su existencia violaría teóricamente la segunda ley de la termodinámica, por lo que se considera un objeto imposible.

[4] Chelsea Elizabeth Manning era todavía Bradley Edward Manning, un soldado y analista de inteligencia del ejército de los Estados Unidos, cuando filtró a WikiLeaks miles de documentos clasificados acerca de las guerras de Afganistán y de Irak, incluidos numerosos cables diplomáticos y un video en el que el ejército asesina a periodistas a sangre fría como si fuera un videojuego. Para “poptrabandear” la información, Manning utilizó un CD regrabable con canciones de Lady Gaga: «Escuchaba y movía los labios al ritmo de la canción ‘Telephone’ a la vez que sacaba posiblemente la mayor filtración de datos de la historia estadounidense». El camuflaje pop como operación transgénero y estrategia contra-identitaria. Más sobre ella, aquí.

[5] “Sí, lo importante para nosotros son esas zonas de opacidad, la apertura de cavidades, de intervalos vacíos, bloques negros en el entramado cibernético del poder. La guerra irregular con el Imperio, a escala de un lugar, de una lucha, de un disturbio, comienza desde ahora por la construcción de zonas opacas y ofensivas. Cada una de estas zonas será a la vez núcleo a partir del cual experimentar sin ser perceptible y nube propagadora de pánico en el conjunto del sistema imperial, máquina de guerra coordinada y subversión espontánea a todos los niveles. La proliferación de estas zonas de opacidad ofensivas (ZOO), la intensificación de sus relaciones, provocará un desequilibrio irreversible”. Tiqqun, La Hipótesis Cibernética, Buenos Aires, Hekht, 2013.

[6] Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Barcelona, Anagrama, 1999.

[7] Por ejemplo, en un pasaje que me llamó mucho la atención, dice: “La vigilancia podría ser mucho más peligrosa si no se hubiera llevado por la vía del control absoluto de todo el mundo hasta alcanzar un punto en donde tropieza con dificultades que derivan de sus propios progresos. Hay una contradicción entre la masa de informaciones recogidas sobre un número creciente de individuos y el tiempo y la inteligencia disponibles para analizarlas, o sencillamente el interés que puedan tener.” En esta limitación que encuentra Debord al sistema del control absoluto ya se anuncia el surgimiento de las tecnologías de análisis de datos masivos (Big Data). Donde hay una necesidad, nace un algoritmo.

[8] Op. cit., p. 95.

[9] Mario Perniola, Enigmas. Egipcio, barroco y neo-barroco en la sociedad y el arte, Murcia, CendeaC, 2003.

[10] Op. cit., p. 30.

 

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