Qué hacemos con la historia

A propósito de El movimiento (Benjamín Naishtat, 2015)

Por: Javier Trímboli

De alguna manera El movimiento de Benjamin Naishtat logra escapar y se pone a salvo del intento de leerla en clave historicista o, sin asomo de ninguneo, de hacerlo con la preocupación puesta en la oscilación del pasado argentino que no cesa. Digamos, por ejemplo, que son varios los riesgos que en esta película se toman con la historia y un poco más también. Impidiendo ambigüedades y distracciones, abre con la indicación de que lo que veremos en la pantalla sucede en la Argentina, en 1835, con anarquía y peste encima. Con algún grado de meticulosidad se le podría pedir, dedo en alto a punto de lanzar la corrección, que especifique la situación de esos dos fenómenos en la coyuntura elegida. A la vez, cosa que puede interesar más porque va hacia el núcleo de la película, recordémosle que desde mediados del mes de febrero del año en cuestión era difícil que no se oyera hablar, por lo bajo aunque nunca tanto, sobre Facundo Quiroga, más aún entre los humildes hombres de campo que es donde transcurre El movimiento. Esto si le creyéramos a Sarmiento y no es ésta –creerle o no creerle al sanjuanino– una cuestión poco importante en la trama hecha y deshecha, obsesiva, de nuestra cultura; después está el asunto de acordar con él y, mucho más que en lo fáctico, la película de Naishtat también se ve envuelta en este viejo asunto. Aunque sin traumas. Una bandera negra había agitado el caudillo asesinado en Barranca Yaco que, además de un par de imágenes lóbregas, tenía la leyenda “Religión o Muerte”. El protocaudillo, digámosle así, que es el centro de atención de esta película hace clavar la suya en medio de un paisaje yermo pero no se alcanza a distinguir un dibujo preciso en su tela; se preocupa por brazaletes y distintivos y se ha dicho que pertenece a cierta estirpe de “agitadores mesiánicos”. A Naishtat, como a uno de esos “invasores verticales” de los que hablaba Ortega y Gasset, que sacudían con irreverencia las redes de una cultura solidificada –John Berger usa esta imagen para referirse a Picasso y a las vanguardias, también para atraparlo en sus contradicciones– estas cosas parecen no haberle interesado mucho a la hora de la investigación histórica que, nos tranquiliza, llevó a cabo. Aun con delimitación de calendario estricta, El movimiento viene a plantear lo que tiene ganas de plantear y que, desde ya, no es un motivo que sólo le pertenezca al director, no es su capricho; en una lectura como ésta, la película de Naishtat no es en sí misma una novedad, sino que ofrece una flamante –pulimentada y también bella– superficie para que emerja de vuelta una voz de largo aliento.

Otro de estos riesgos en nada menor es el que queda plantado con la decisión de nombrar como lo hace a su película. Señala en una entrevista que se le hizo recientemente por el estreno comercial en un puñado de museos y cines de las más importantes ciudades argentinas: “el concepto de movimiento hace que confluyan las contradicciones más vivas.” Puede ser, quizás, pero entre nosotros –¿a qué nosotros nos podemos referir a través de la apuesta de esta película?– decir “movimiento” y ponerlo en relación con palabras como traición, Patria, compañeros, con el orden y a la vez con la fiesta delimita con contundencia el horizonte del significado. Quiero decir, en Corea –donde en un festival se presentó Historia del miedo, su primera película y, por lo mucho que gustó, decidieron financiar lo que vendría que fue este proyecto– podría ser como dice Naishtat; en la Argentina, al menos hasta anteayer, no. Un tercer riesgo: el anacronismo, bestia negra del historicismo postula con razón Didi Huberman que, por otra parte, lo cree inevitable. Aquí no se trata de una recaída, sino de que se hace gala de él, se nos lo lanza en la cara, sobre todo en el final de la película, aunque algo se anticipa, cuando con una alteración del habla no tan evidente los hombres y las mujeres humildes de campo que participaron en la única asamblea que logra producir este líder, en la que logra finalmente que lo escuchen, cuentan a cámara, como en un documental, sus impresiones. De fondo pero no tan lejos se ven pasar, de a uno, vehículos motorizados por una ruta. Montar un anacronismo pretende producir una verdad, aunque más no sea por un instante. Por empezar, los flagelos, anarquía y peste, parecen de siempre, también los caudillejos en ciernes.

Llevando un poco más allá esta perspectiva, dan ganas de discutir con el tema del “agitador mesiánico” o, como también se marcó, el parentesco con Aguirre y Fitzcarraldo. Porque las criaturas de Herzog son ajenas a los territorios que recorren, su desmesura nace de esa exterioridad. El personaje principal de El movimiento no tiene pizca de exotismo respecto del paisaje que así lo contiene sin sobresaltos. Por otra parte, las promesas que incrusta en sus parrafadas no son altas, de redención definitiva, sino mucho más concretas, terrenales, incluso porque refieren de manera permanente a un colectivo ya existente, nunca a una novedad radical. “Problemas del movimiento. La resistencia permitió que se fuese formando un movimiento clandestino, cuyas características son la anarquía y la falta de coordinación, amén de las rencillas entre los jefes de cada núcleo. Pero lo principal se hizo, y con todos sus inconvenientes y defectos perfectamente justificados por las condiciones en que se trabajaba, se estructuró una especie de columna vertebral del Movimiento.” No es la voz de Cedrón, quien encarna al protagonista de El movimiento, sino la letra de una de las tantas cartas que Cooke le escribe a Perón; ésta es de junio de 1957, los dos exiliados y trajinando de lo lindo el delegado para que alguien le crea que él tiene la responsabilidad táctica de conducir al movimiento. A la vez, y en una decisión que no es menos extrema que las otras, la película de Naishtat no tiene pausa en su transcurrir en el mundo de los campesinos. A diferencia de Historia del miedo en la que se reconoce la voluntad de que el asunto atraviese toda la escala social, en El movimiento es uniforme. Es decir, estamos enterados de que el director sabe desgranar estas distancias –aunque más no sea para por último marcar las similitudes y proximidades–, y por tal motivo se vuelve más violenta la jugada a cerrar el espacio social. Así las cosas, en este intento de captura señalemos que el tema de esta película es algo así como la microfísica de la política, la formación del caudillo menor, su pródromo. No habla de un bicho excepcional y alucinado sino de la política de masas en la Argentina, ésa que busca adhesiones entre quienes viven en penumbras, faltos de protección. Porque esta película no sólo es en blanco y negro, sino que es deliberadamente oscura en su fenomenal fotografía. Como si esos tiempos primigenios que siguen siendo éstos merecieran esa luminosidad baja.

Casi sesenta años después de Facundo. Civilización y barbarie, Ramos Mejía escribe sobre los “simuladores de talento” y entre ellos disecciona a dos exponentes que se ligan directamente al uso que hacen de las palabras y que, a la vez, encarnan en los caudillos de las guerras civiles del XIX. Por un lado, el que las ahorra con severidad porque es su mejor manera de esconder la nulidad de su inteligencia; por el otro, el que las derrocha sin decir nada. Todo hace sospechar que el personaje de El movimiento es de estos últimos. Cuarenta años más tarde y habiendo leído muy bien a ambos, Martínez Estrada escribe sobre las huellas imborrables del jesuitismo entre nosotros que, esto es lo que le interesa, se traslucen en un hablar profuso que nada tiene que ver con lo que se piensa, en una disociación que altera toda comunicación genuina, transparente. Mientras califica de “velada extraordinaria” la pobre y nerviosa comida que se ha hecho servir –a él y al par de hombres que le obedece– por un aparcero y su hija, se prepara a dar la orden, también con palabras que significan otra cosa, para que degüellen al anfitrión. Ubicado bajo esta influencia, más que un líder mesiánico se trata de un pícaro, un vivo, quizás también un sobreviviente. Pero recordemos que a Naishtat le cabe lo del “invasor vertical”.

Antes de preguntarnos sobre la oportunidad de este nuevo punto de emergencia que encuentra esa clave de interpretación de la Argentina y la política de masas, desviemos la mirada desde el protocaudillo hacia quienes busca persuadir, es decir, hacia esos hombres y mujeres de campo que pretende transformar en sus seguidores. Mucho más que la aquiescencia, lo que sobresale es su somnolencia, la voz baja, mejor, el silencio, cosa que acentúa el contraste. Palabras muchas pero que significan poco o nada de un lado; casi el vacío del otro. Si la hija del aparcero degollado es una excepción, ya que sigue obcecadamente los rastros del caudillejo para vengarse, la debilidad flagrante de ese atentado confirma la imagen general. En este revés, El movimiento no puede distanciarse más de Sarmiento, ya que en sus páginas la enjundia y el “exceso de vida” son lo dominante; quizás sólo se aproxime de nuevo a Martínez Estrada o, para sumar un nombre más a esta tradición que es la del más inteligente liberalismo puesto a medir las dificultades y las desazones de su reinado en la tierra, particularmente argentina, a Halperin Donghi. La falta de tonicidad y de vigor de la sociedad argentina es una presencia sostenida, aquí y allá la desperdiga y la encuentra.

En el lapso que va entre su realización, la circulación en festivales y el estreno comercial, la vida política de nuestro país se vio afectada por una transformación relevante, producto de un resultado electoral que movió varias fichas. Ver entonces esta película a mediados de 2015 y hacerlo por estos días permite descubrir algunas cosas más, de esas que quizás pasábamos por alto o incluso nos ofuscaban. Siempre en esta clave de lectura, tomados por la contingencia y por la política llana. El peronismo invita a estas zozobras, abrir cualquier página online confirma esto. No sólo el tema son los diputados y senadores, también lo es la dificultad severa para volver audible el descontento de muchos, de las masas populares se decía. En las entrevistas que le hacen incluso en La Nación, Naishtat se cuida de no decir nada malo contra el peronismo, tampoco contra el kirchnerismo; aunque lo hayan empujado no pronunció la palabra populismo. Algo plantea sobre la Mazorca y su reaparición en los setentas, en las luchas de facciones del peronismo, contra los “zurdos”. Es más, en un reportaje ya de 2016 que le hace Página 12, se refiere a Cambiemos para enlazar eso que cuenta de 1835 con las mutaciones mesiánicas que las masas esperan en nuestro presente. Con la intención ahora de ponerlo un poco más a resguardo del canibalismo de la “mirada histórica”, nuestra mirada, no hace falta este peaje a la opinión pública, condescender a los diarios y a sus títulos de primera plana; porque esta, se podría decir, es una película del cierre, de un nuevo agotamiento de la historia. Y, sospechamos, esto es posible porque Naisthat, como lo hace en Historia del miedo, parece especialmente perspicaz y atento a movimientos más bajos, tectónicos digamos, de placas. Antes del Instituto Dorrego, también antes de las películas sobre San Martín y Belgrano, estuvo por ejemplo Cándido López: los campos de batalla. Cuando Zamba no era ni una idea en incubadora. Hoy este documental sobresale porque indica el renacimiento de un interés por la historia. Después de vivir en la calle Mariscal Francisco Solano López y tener apenas una vaga idea de quién era ese hombre, también un caudillo, José Luis García, el director, fascina con un pintor de batallas y de seguido casi descubre que hubo una guerra del Paraguay. Advierte que hay una población, no tan distante de Buenos Aires, que vive sobre ese pasado y escucha hablar de los ingleses y de su responsabilidad en la masacre de un pueblo. El movimiento expresa el momento en que ese arco se cierra. La historia como terreno en el que unos –los más fuertes y audaces con el cuerpo y la palabra– se apoderan de la voluntad de otros, de los que son más y no aspiran a otra cosa más que a cuidar sus pocos bienes. De una indagación que iba de la estética a la historia, con sus contradicciones de clase y de posiciones en un orden global, a otra que alcanza una notable resolución estética de ese pasado pero que a la vez certifica que lo que tiene para mostrarnos es un más de lo mismo, sin enseñanza. No hay más tesoro perdido en el pasado; sólo fuerza, astucia, poder y sumisión, también indiferencia. Sin embargo, así como el “loco, mentalmente afectado” que era, según la investigadora inglesa que aparece en el documental de 2005, el Mariscal López, captura a José Luis García, el “protocaudillo” interpretado por Cedrón, más allá incluso de que en las entrevistas Naishtat lo mira con distancia condenatoria, invita a un interés mayor, que no podría ser sólo de un momento.

El paisaje, la naturaleza que impide la reunión y el entendimiento de los hombres, vuelve a dominar la historia y la política. De vuelta como en Martínez Estrada o como en algunos de las más fenomenales poesías que se escribieron a principios de este nuevo siglo, los de Sergio Raimondi, en pelea con el autor de Radiografía de la pampa pero inevitablemente tomado por él. Con mucha conciencia del desafío en su caso. Pero hasta acá. Porque, contra toda desazón e inexorabilidad que viene de la tradición desencantada del liberalismo, El movimiento concluye con una resolución positiva, el protocaudillo se transforma en caudillejo, en político de base, logra en ese desplazamiento tener una audiencia que luego incluso retoma sus palabras, que confía en él. Ese final hace resaltar más el dolor y el cansancio, el padecimiento que implica siempre el vínculo social y político. La suciedad de un cuerpo que se entrega a la política, que quiere desesperadamente que le crean. También su inconsistencia. Gustosos entonces de quedarnos con los gritos de este caudillo que no llega aún a ser tal, de noche y en la laguna, empapado, sin los caballos y con un hombre menos; y contenta que se nos ahorre la imagen de su rostro una vez victorioso, relamiéndose de las zalamerías que dicen sus partidarios.

Trailer de EL MOVIMIENTO (Benjamín Naishtat):


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