Narrar la violencia política en América Latina (México, Brasil)

por Emilio Bernini

Michel Franco imaginó en Nuevo orden (2020) no tanto una distopía sino más bien una de las variantes posibles de la política represiva del estado mexicano contem­poráneo con motivo de una revuelta popular. Es una fábula como la de La dictadura perfecta (Luis Estrada, 2014), pero sin la mirada satírica en torno al dominio político de la corporación mediática y el Estado del régimen de Peña Nieto. En Nuevo orden, en cambio, el régimen es el Estado in toto, sin particularidades, orientación ni signos políticos, y lo que se narra es del orden de la violencia de clase: una rebelión popu­lar, que no tiene motivos explícitos, ocurre in medias res cuando el film comienza. La elisión de los motivos de la rebelión de los pobres (criados, choferes, trabaja­dores precarizados, lúmpenes) acerca el film a la lógica del espectáculo industrial, en la medida en que esa revuelta parece concebida como parte de una catástrofe de orígenes desconocidos, como suele plantear el imaginario audiovisual (cine y tv) contemporáneo en sus ficciones “posapocalípticas” propias del Antropoceno en el cine. La idea de catástrofe terminal está en algunos signos equívocos, precisa­mente aquellos a los que se les sustrae la causalidad: en el día del festejo de boda de Marianne y Alan, con que empieza el film, la madre de la novia abre la canilla del baño y de esta sale un chorro de líquido verde. En la secuencia de créditos, ese mismo líquido es arrojado contra superficies transparentes, de allí que pueda dedu­cirse que se trataría de un tipo de atentado de lo que luego se representa como una rebelión. También en esa secuencia de créditos, las imágenes con apilamientos de cadáveres están presentadas desde el mismo imaginario de la catástrofe y el fin de la humanidad. Asimismo, esa rebelión no tiene líderes, ni organización reconocible, ni objetivos políticos declarados: de ella solo conocemos las acciones que vemos, y todas están regidas por la venganza de clase.

La acción violenta como venganza de clase inscribe entonces la política en el film. Los saqueos de la casa de la alta burguesía defeña, en la que tiene lugar el festejo de bodas, por parte de sus propios criados y de los que invaden la mansión, así como los asesinatos, que también tienen lugar en las calles, forman parte del goce de la venganza, de una política del terror propia de la revuelta que estalla, que parece ejercerse así contra el goce de los ricos. Una pintada en una de las paredes de la casa de la familia de Marianne, dice, precisamente, “Putos Ricos”. Nuevo orden imagina el curso que toma esa política espontánea del terror precisamente allí donde interviene el Estado, que primero impone el toque de queda. En la evolución del relato, la novia, Marianne, que tiene una buena relación con un ex criado de la familia, Rolando –un adulto mayor que necesita una suma importante de dinero para una operación de urgencia de su esposa enferma–, sale de su propia fiesta para ayudarlo, ya que la familia no está dispuesta a darle el dinero que nece­sita, y en ese viaje es secuestrada por fuerzas que, equívocamente, parecen parte de la organización de la revuelta, ocultas en uniformes militares, y a la vez parte de grupos (para)estatales con los mismos uniformes militares.

En ese equívoco en el que el propio sujeto rebelde puede ser –o al mismo tiempo es– el sujeto que lo reprime, se sitúa toda la crítica del film a lo que denomina, en su título, un “nuevo orden”, pero a la vez también allí mismo se sitúa toda su ambigüedad. Así como la película no reconoce objetivos políticos en los rebeldes ni a jefes o líderes, tampoco distingue, deliberadamente o no, en su avance los actos de esos dos sujetos, de modo que ambos forman parte de una violencia pública extrema, total, donde solo impera el terror. Las acciones violentas de los rebeldes/fuerzas (para)militares, que secuestran y encarcelan a los ricos –pero no solamente a ellos–, los torturan y los vejan, para pedir rescates millonarios a sus familias, y luego asesinarlos, van paralelas con las diligencias que los familiares de Marianne (su hermano y su novio) realizan ante un alto funcionario del Estado, amigo de la familia (Víctor) y un alto funcionario mili­tar, para dar con su paradero. Las acciones de esos funcionarios, que declaran ac­tuar contra los rebeldes y llevar adelante la investigación para la familia, se revela hacia el final del film un método del propio Estado que se habría apropiado de sus acciones para su propio beneficio, ocultando ese delito con el fusilamiento de los militares corruptos y el ahorcamiento de los rebeldes pobres. En este sentido, el Estado se habría montado sobre la violencia rebelde vengativa de los pobres para usufructuar los saqueos. Nuevo orden parece señalar así, cuando no discierne –con o sin deliberación– entre rebeldes y fuerzas estatales, al Estado mexicano en su totalidad como un Estado criminal. El “nuevo orden” no sería entonces otra cosa que un enunciado irónico relativo a la continuidad de las prácticas delictivas del Estado –no ya en complicidad con los cárteles de drogas ni con la corporación televisiva, como en La dictadura perfecta–, que explota la rebelión popular para volverla una pura práctica criminal.

[Versión completa disponible en papel]

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