Magisterios del anacronismo

(Historia, Modernidad y Cine. Una aproximación desde la perspectiva de Walter Benjamin, Natalia Taccetta).

por Gabriel D’Iorio

1. Habría que decir, para comenzar, que tan­to el título como el subtítulo del libro de Natalia Taccetta indican con mucha preci­sión el sentido de su contenido y su búsque­da: se trata de aproximarnos a la historia, a la modernidad y al cine desde la perspectiva de Walter Benjamin. El desafío parece in­menso y lo es aún más porque la autora no usa al pensador alemán como refugio teóri­co ni se dedica a reconstruir su pensamien­to. Más bien traza un mapa riguroso en el que las tesis benjaminianas aparecen transfi­guradas a partir de un cruce sistemático con historiadores, filósofos y cineastas como Lanzmann, Warburg, Godard, Koselleck, Fassbinder, Didi Huberman, Agamben. El trazado de este mapa da lugar a una cantera prodigiosa de citas y de controversias que invitan a continuar la exploración, a encon­trar otros filósofos y cineastas que dialoguen con las hipótesis que se jalonan capítulo a capítulo. En este sentido, las casi 400 pági­nas del libro dejan al lector en un estado de éxtasis balbuceante, con la certeza de haber aprendido mucho. Estamos ante un libro generoso de principio a fin, y eso siempre se agradece, como se agradece a quien trans­mite su pasión por cierto objeto de saber hasta despertar nuestra curiosidad por esta y otras cosas del mundo.

2. Para entrever el tono del libro habría que de­morarse en algunas cuestiones, entre las cua­les no resulta menor la articulación consis­tente de los términos del título. Tan lograda está que la lectura del libro nos deja la impre­sión de que es un error interpretativo separar historia, modernidad y cine; a su modo nos persuade de que no es posible sostener un análisis serio de lo moderno –ni del moder­nismo, lo posmoderno y lo contemporáneo– desentendiéndonos del cine: acontecimiento cultural cuyas consecuencias antropológicas recién ahora vislumbramos y, a la vez, una de las claves de comprensión de lo moderno, el cine es el arte que sintetiza una experiencia histórica y la lleva a sus más altas posibilida­des de autocognición.

Ahora bien: ¿cómo logra Natalia Taccetta una articulación consistente y persuasiva? Lo hace a través de dos movimientos con­ceptuales que no puede ser pensados más que a partir de una mutua relación. El pri­mer movimiento es el de pensar la historia como anacronismo. Pensar el anacronismo en este libro implica ir más allá de las exi­gencias de la historia disciplinar para situar la historia ante los poderes de la imagen y encontrar en esa encrucijada la única ima­gen verdaderamente histórica: la imagen dialéctica. El segundo movimiento es el de pensar el estatuto de la imagen dialécti­ca a través del procedimiento de su propia exposición: el montaje. Pensar el montaje implica para Natalia Taccetta pensar las re­laciones entre imagen, cine y filosofía hasta iluminar la verdadera contemporaneidad de la figura subjetiva que sostiene su anuda­miento: el cineasta.

Entonces: pensar la historia como anacro­nismo hasta enfrentarnos con el enigma de la imagen dialéctica; luego, pensar la imagen dialéctica a través del montaje. Finalmente, pensar el montaje filosóficamente hasta dar cuenta de la verdadera contemporaneidad de la figura del cineasta. El libro elabora una reflexión sistemática sobre estos y otros te­mas. Pero en estos dos movimientos se re­sume –al menos en parte– su asunto central.

3. Primer movimiento: pensar la historia como anacronismo implica pensar la ima­gen dialéctica.

El problema de la noción tradicional de historia es que, guiada por las ideas de pro­ceso y progreso, necesita de la continuidad cronológica para dar cuenta de los aconte­cimientos. Se pregunta Taccetta si es posible “acceder a una concepción más auténtica de la historicidad”, si hay una teoría o una filosofía que pueda “orientar la búsqueda de la relación verdadera entre la cultura, la experiencia y la historia”, una filosofía que piense la ruptura del tiempo lineal, que piense los saltos en el continuum de la his­toria, que piense, en fin, anacrónicamente. Esa filosofía es la de Walter Benjamin.

En efecto, solo una filosofía como la de Benjamin que piensa una historia que pro­cede pasando el cepillo a contrapelo, que reconoce progresiones y regresiones, que funciona como si fuera una memoria –que es anacrónica en sí misma–, solo una filo­sofía que piensa la historia atravesada por tiempos heterogéneos, puede dar cuenta de los problemas estéticos y políticos que se abren en el mundo moderno. Pero una historia así pensada, una historia verdadera­mente anacrónica, exige una reflexión so­bre la imagen. Y este es otro de los aportes centrales que recoge Taccetta de la filosofía benjaminiana. Como observa con agudeza la autora: la imagen es para este filósofo, el lugar originario de cada presentación de la historia, el lugar en el que convergen la pre­sentación de los acontecimientos históricos y la representación, es decir, la fijación de un instante del acontecimiento.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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