La última hora

A sol y sombra

por Nicolás Testoni y Christian Delgado

 

La última hora es parte de un proyecto más amplio al que llamamos La extensión. Al comenzar, nos intrigaba sobre todo filmar el lugar en el que vivimos al margen de las fábulas de identidad en las que suele quedar entrampada su representación. La idea era, a contrapelo de cierto realismo costumbrista, indagar en la exterioridad radical de esos paisajes que, capitalinamente, llamamos el «interior».

Hablamos del límite sur entre Buenos Aires y La Pampa. De esa recta, tan impecable como impracticable, que separa a una provincia de la otra, una línea que funciona como sinécdoque de la llanura, de un territorio inconmensurable y por eso difícil de concebir, que sólo sería abarcable a través de la abstracción geométrica que el cartógrafo traza sobre los mapas escolares de la infancia, abriendo paso al palimpsesto que, del ingeniero ferroviario de ayer al desarrollador inmobiliario de hoy, parcela, lotea y renderiza el infinito hasta convertirlo en un monoambiente con vista a la nada.

 

La última hora

 

Claro que no tardamos en percatarnos de que no intentábamos nada nuevo. «El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión» escribía Sarmiento en el Facundo, acuñando una de las frases más célebres de la naciente literatura nacional. Ese problema decimonónico y su extenso linaje -que es literario y pictórico, pero habría que pensar si no también cinematográfico-, de algún modo, nos concierne. En definitiva, quien se pregunta qué criterio reúne a las imágenes de una película en la que, al parecer, no se cuenta nada, se está preguntando además bajo qué imagen o figura de país permanecen unidas todas esas cosas con las que nuestra cámara se encuentra.

A veces nos gusta pensar que con La última hora no rodamos una película sino los escenarios de un film que ya pasó. De hecho, por acá cerca Leopoldo Torre Nilson rodó su Martín Fierro. Nos gusta esa idea, pero nos gusta incluso más imaginar que lo que filmamos son las locaciones de una película por venir. O, mejor, que La última hora sucede en ese hiato entre lo que fue y lo que vendrá. Es decir, adentro de la percepción, recurrente en la cultura argentina, de que nunca somos del todo contemporáneos de nuestro presente. Como si la hora postrera a la que alude el título habilitara la posibilidad de una vivencia impuntual del tiempo.

La última hora trata sobre lugares en los que no pasa nada. Pero ahí donde nada sucede, se vuelve quizás evidente que lo que nunca cesa de acontecer es la luz. Que aquello se mueve en la inmovilidad de la pampa es el sol. Y que lo hace de manera vertiginosa, enredando su regularidad de astro con el capricho del viento y de las nubes. No estamos seguros de ser capaces de capturar esa luz. En todo caso el film puede ser el testimonio de cómo ella nos atrapa, de cómo habitamos, en definitiva, adentro de esa experiencia cinematográfica que hace de la llanura una gran pantalla.

 

La última hora

 

Acaso en el intento de percibir el matiz en la supuesta monotonía, nuestro quehacer se plante un poco en contra de la noción de «desierto». La idea del desierto como un espacio vacío, y por tanto vacante, es un muy eficaz constructo ideológico que funcionó como sustento de la campaña de exterminio de Roca, y que tal vez, un siglo y medio más tarde, continúa operando como fundamento de la sojización de los campos, de la fumigación indiscriminada, y en términos generales, de la sumisión de los territorios a una lógica de producción que maximiza los rindes y concentra la renta a costa de nuestra propia supervivencia. La última hora no aborda explícitamente ninguna de estas cuestiones, no hace suya «la buena conciencia de los sentidos plenos», pero estas cuestiones la abarcan, alambran el horizonte de cualquier bucólica.

Arrancamos, allá por 2012, con la premisa, simple y a la vez absurda, de armar una secuencia que, adecuando su duración a las dimensiones del lugar que retrata, inicie para nunca terminar. Pero más pronto que tarde nos ganó el cansancio y llegamos a la conclusión de que debíamos presentar, cada tanto, los resultados parciales de nuestra pesquisa. Así surgieron La extensión, en 2014, Lumbre, en 2016, y este año, La última hora. ¿Serán estas peliculitas sin cabo ni rabo un intento por revisitar el gran tópico de lo que Graciela Silvestri llama el «sublime pampeano»[1]? ¿Tendrán algo que ver con los procedimientos de un cine que el editor de esta páginas identifica como «(pos)observacional»[2]?

Estamos tentados a decir que antes que encontrar un rumbo nos hemos esmerado por perderlo, para hallar, en lugar de un norte, cierto ritmo en el divagar. Porque aunque en lo que hacemos cuesta pescar un «hilo» con el que tejer una «trama», lo que hay, sí, es deriva. Una deriva en asedio de, o asediada por, un interrogante cimarrón: librada del lazo lógico que aseguran el símbolo, la argumentación o el relato, ¿Qué es una imagen sino un acertijo? Por ahí se trata de eso. De ir tras la potencia de acontecimiento atrapada en el enigma de los sucesos ordinarios.

 

La última hora

Nuestra modesta peripecia es la de quien busca componer un gran plano general con los ojos de un miope. Filmar nos ha servido para reconocer que somos pésimos paisajistas, que lo que nos sale resulta, a lo sumo, una microscopía de la desmesura. Incluso la palabra cine nos queda grande. Difícil que quepa adentro de la mochila que guarda el Tascam y la Nikon. Será por eso que terminamos esta película sin saber cómo redactar su sinopsis. Por suerte, la encontramos ya escrita:

 

“Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible, como una música.”

 

La frase pertenece a El fin, ese cuento en el que Borges reescribe el desenlace del Martín Fierro. Aunque el prestigio de la cita no embellece ninguno de nuestros defectos, La última hora apuesta, sin garantías, por el registro a sol y sombra de esa inminencia de lo siempre incierto. Para nosotros el cine es primero el lugar de una fascinación, luego la ocasión de una meditada sospecha, por último, como dice nuestro amigo Gustavo Galuppo, la oportunidad improbable de una promesa.[3] Puede que eso nos hermane con ls lectors de esta revista.

 

 

[1] Graciela Silvestri, El lugar común. Una historia de las figuras de paisaje en el Río de la Plata. Buenos Aires, Edhasa, 2011.

[2] Emilio Bernini, «La indeterminación», en Jorge La Ferla, Sofía Reynal (eds.), Territorios audiovisuales. Buenos Aires, Libraria, 2012.

[3] Gustavo Galuppo, El cine como promesa. Buenos Aires, Sans Soleil, 2018.

 

LA ULTIMA HORA. ESTRENO KILÓMETRO 111

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