Estrella Roja

ESTRELLA ROJA,

de Sofía Bordenave

ESTRENO EN KILÓMETRO 111

 

 

 

La última idea de futuro

En 2017 viajamos a Rusia con Manu para filmar una película. Llegamos a San Petersburgo, compramos una Lumix LX100 en una tienda cercana a nuestro diminuto departamento (cuando lo alquilé online no me fijé en que no tenía cocina así que también compramos un calentador de camping) y al día siguiente comenzamos a filmar.

Pero esta es la mitad de la historia.

El principio fue así: el año anterior había dado un taller de cine y filosofía en la secundaria a la que iba nuestra hija porque eso nos permitía pagar un 30% menos la cuota. Así que yo les pasaba películas, les llevaba textos, pochoclos, gaseosas y charlábamos. Una tarde vimos Volver al futuro; la conversación era sobre la metodología de los escenarios a largo plazo de la Fundación Bariloche[1] y sobre un texto de Zizek. Después de ver la peli les pregunté como se imaginaban el futuro, ninguno de lxs 15 adolescentes, bien alimentados y en proceso de ser educados en una escuela cuidadosa y progresista, ninguno de ellxs imaginó un futuro promisorio, el porvenir era una serie de catástrofes de diversa índole. Me impresionó mucho esa idea sombría en boca de nenas y nenes luminosos y alegres. El trabajo estaba bien hecho.[2] El segundo impulso fue una charla de bar con un amigo que había venido a Bariloche a dar un coloquio sobre Spinoza, sentados a una mesa discutíamos sobre qué era una aventura; él que escribe libros de filosofía decía que estaba por empezar una novela y que eso era una aventura, yo le decía (exagerando mi posición) que eso era tipear otra cosa, que una aventura exige movimiento, descentrarse, desplazarse a otro lugar, un lugar incómodo. “–El año que viene va a ser un buen año para visitar Rusia porque son los 100 años de la revolución”, me dijo y claro, ahí estaba, pensé, la última gran idea de futuro.

Entonces decidí viajar a Rusia y aprovechar el viaje para hacer una película.  Pensando no en el  programa político sino en la revolución artística e intelectual que vivió Rusia y toda Europa en las primeras décadas del siglo pasado. Hace mil años.

Quería buscar sobre todo ese punto de inflexión entre lo concreto y abstracto, el salto Kandisnski; pero en esa búsqueda me topé con otras cosas, entre ellas las ideas de los cosmistas, y sobre todo descubrí al extraordinario Alexandr Bogdanov. Apoyándome en su figura boceteé un guion. Con la ayuda de Manu que conocía a alguien del British Council en Moscú hicimos un casting por Facebook y viajamos a San Petersburgo una semana antes del 7 de noviembre de 2017, día en que se cumplían los 100 años de la revolución de octubre. Esa es una de las primeras cosas que aprendí, que Rusia en esa época usaba el calendario juliano, no el gregoriano,[3] de allí la diferencia de fechas.

En San Petersburgo, conocimos a la maravillosa Katya con quien filmamos los tres primeros días. Ella no había actuado nunca, pero durante décadas trabajó chequeando contenidos para programas de la televisión soviética así que nos ayudó con algunos ajustes de datos sobre Bogdanov. De hecho se comunicó con un antiguo compañero suyo de la universidad, nieto de Bogdanov, que no quiso participar porque había tenido una mala experiencia con unos británicos que hicieron una película de vampiros rusos. Katya nos mostró los lugares donde se comía bien y barato, nos contó sobre las protestas contra Putin y nos salvó de un policía que después de vernos horas filmando en el Campo de Marte vino a echarnos; Katya le dijo que estábamos haciendo un video familiar para nuestros abuelos rusos que vivían en Argentina.

Nikita y Karl, los otros protagonistas, nos llevaron durante cuatro días a recorrer y filmar los techos de la ciudad. Karl y Nikita, de 23 años, eran unos eruditos de los recovecos de la ciudad. Nos metíamos en callecitas, girábamos a un lado, después a otro, llegábamos hasta una puerta roja de hierro, los chicos la empujaban con un golpe y entrábamos en las entrañas de edificios en los que convivían departamentos comunales de la época soviética con pisos custodiados por corpulentos guardianes de millonarios recientes. San Petersburgo es una ciudad que tiene la belleza de los puntos de fuga, creada enteramente para ser una metrópolis europea, sus líneas son siempre simétricas y coherentes. Pero no es adusta, primero porque el pantano en que se ubicó la convirtió en una ciudad de agua y reflejos; segundo porque tiene el esplendor del espíritu imperial ruso, y esas maravillosas cúpulas con forma de cebolla o remolacha que te devuelven al mundo eslavo.

 

Estrella roja

Uno de nuestros propósitos era la sincronía: queríamos filmar los lugares en los que se habían producido los hechos centrales de la revolución exactamente 100 años después. Eso nos obligó a pasar una helada noche de noviembre a la intemperie, caminando, casi trotando para llegar del palacio de Invierno a correos y telégrafos y viajando de una estación de trenes a la otra en el desvencijado auto de un taxista de Kirguistán.

A la vuelta de Rusia, el proceso para darle coherencia a lo que habíamos filmado demoró unos dos años, lo trabajé de forma intermitente con la ayuda de varias personas, centralmente el editor, Martín Sappia, que además de hacer el montaje me señalaba los espacios que había que mejorar o hacer crecer en el texto. Fue Martín también quién me dio las imágenes marcianas de la película.

Casi al final de todo el proceso filmamos la toma inicial, el eclipse de sol que vimos desde la estepa en línea sur, un camino que atraviesa de este a oeste la Patagonia rionegrina.

La voz en off es de una actriz de teatro croata; le pregunté a Luciano del Prato, amigo y director cordobés de teatro que trabajaba con una compañía de Rijeka, si no conocía alguna actriz que pudiera leer en ingles con acento ruso y me sugirió a Ana, la muestra que me mandó por whatsapp leyendo una pequeña porción del guión fue una revelación. Ana era un hallazgo, le pedimos dos versiones del texto, que leyó en el estudio del teatro entre ensayo y ensayo; envió tres, una triste, una alegre, una neutra. Todas excelentes.

Un año y medio después de nuestro viaje, cuando estábamos en el tramo final de la post producción, se desató la pandemia. La ciudad vacía y las preguntas sobre el futuro cobraron otra dimensión, una dimensión desconocida. Por un lapso, que ahora sabemos breve, nos volvimos a pensar como humanidad, recuperamos una idea de destino común. Pero duró poco. La película tuvo su estreno en Mar del Plata, viajó por un par de festivales y en febrero del 2022, un día antes de su estreno en el ciclo Neighboring scenes en Nueva York, Rusia invadió Ucrania. Yo había ido a presentar la película y recuerdo que ensayé una respuesta a la pregunta sobre la guerra; era un pequeño discurso que mezclaba el derecho a la vida, los bombardeos en medio oriente y la pena de muerte como otros ejemplos de barbarie. Lo cierto es que nadie mencionó Ucrania, las preguntas fueron amables y un tanto deslavadas.

Después tuve dos presentaciones que recuerdo con mucho cariño. Una en el centro cultural Leonardo Favio, en Río Cuarto, una ciudad cordobesa agrícola e industrial, donde Gastón Molayoli creó un oasis de cine y discusión. Fueron pocos a ver la peli pero nos quedamos conversando un largo rato y fue hermoso. La segunda fue en Cine Oriente, en un ciclo que lleva adelante Benja Naishtat; ahí también, terminó la película y nos quedamos un buen tiempo tomando cerveza y hablando. Las preguntas pronto dejaron la curiosidad sobre la manera en la que la peli había sido hecha y pasamos a otros temas. “Nada bueno puede salir del comunismo”, dijo una asistente, varios nos opusimos a su declaración. Nosotros, residentes del tercer mundo, sabemos que si no hubiera existido el comunismo, sea en términos de ideal, sea en términos de amenaza, muchos de los derechos sociales que conseguimos (¡ay!) dudosamente existirían. Hablamos de eso, del pasado y de sus pedazos. Alguien preguntó, ¿dónde está ahora? ¿Dónde se encuentra la idea de futuro, adónde nos paramos para seguir buscando? Y la respuesta fue la de siempre: en el pensamiento, en la imaginación que florece en el pensamiento.

S. B.

[1] Fundación Bariloche es una institución científica y un centro de pensamiento político deslumbrante. Casi totalmente desmantelada durante la última dictadura tuvo una recuperación en la última década. Creada en el año 1963 uno de sus trabajos mas relevantes fue el Modelo Mundial Latinoamericano, una respuesta al modelo del MIT que planteaba que los límites al crecimiento se originaban en la escasez de recursos naturales y la alta tasa demográfica, por lo que proponían un férreo control de natalidad y un freno al desarrollo de los países del tercer mundo. Fundación Bariloche generó un modelo matemático que demostró que el problema central era el consumo de los países ricos,   que a más desarrollo menos natalidad  y que la cuestión es la inequidad en la asignación de los recursos. En otras palabras, el problema del mundo no estaba en la pobreza sino en la riqueza.  Los escenarios a largo plazo eran (en mis balbuceantes palabras) una metodología que consistía en poner a prueba tus ideas y propuestas imaginando como funcionaría el mundo si fueran aplicadas a largo plazo. Es un buen ejercicio de responsabilidad de pensamiento.

[2] El texto es “El espectro de la ideología” (en S. Zizek (comp.), Ideología. Un mapa de la cuestión, Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 7-42). Pero es sobre todo una frase de Zizek que devino casi un objeto pop: “parece más fácil imaginar el fin del mundo que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo real…”

[3] Wikipedia dice: “En términos astronómicos, el calendario juliano se atrasa con respecto al año trópico aproximadamente un día cada 128 años lo que equivale a 11 minutos 14 segundos de exceso por año. Para el calendario gregoriano, la cifra es de un día cada 3324 años. ​La diferencia en la longitud media del año entre el calendario juliano (365,25 días) y el gregoriano (365,2425 días) es del 0,002 %.

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