No habrá un solo Kirchner. Sobre las películas de Paula de Luque y Adrián Caetano

por Javier Trímboli

«El uso del archivo define buena parte del desacuerdo entre las dos películas que retratan a Néstor Kirchner. No se arriesga mucho al imaginar que, desde el momento en que los productores decidieron que Paula de Luque estuviera al frente del proyecto –en el que se suponía sería su último capítulo–, la tarea que la directora tuvo que emprender fue de sustracción. A la papelera de reciclaje, digamos, con la impresión de que el archivo había sido utilizado en exceso en la película casi terminada por Israel Adrián Caetano; de que sobraba y que por eso se iba sucediendo sin ton ni son, a la deriva como la narración misma. Lo más grave del equívoco era el efecto inevitablemente político: Kirchner se desdibujaba, perdido en situaciones que en poco ayudaban a reconocer su estatura verdadera. […]

Abril de 1989, días antes de las elecciones que consagrarían a Menem, poco antes de que se confirmara el giro que el peronismo vehiculizaría con su liderazgo. Giro sobre sí mismo también. Ya sin primavera democrática y sin renovación peronista, con los saqueos. En las caras de los congresales se puede adivinar mucho de esto. De haber sido la vinculación con el menemismo, como se dijo, lo que hizo que De Luque postergara los archivos, se habría estado ante una incomodidad menor. En el caso de este material, la molestia sin dudas se salvaba fácil porque estaba en ciernes; en otros, porque son muchos los pasajes que desmienten o contradicen el vínculo, hasta volverlo crítico y complejo. La versión de Caetano, sin necesitar de malabares en la edición, lo resuelve con suficiencia y verosimilitud. 1989: uno de los puntos más bajos de la democracia, una de sus catástrofes y bisagras. No es menor comenzar por acá y hacerlo de este modo, en crudo. […]

Vaciada de la relación con los años de la democracia realmente existente entre 1983 y 2001, la película que quiso ser definitiva trabaja arduamente la alianza de Kirchner con los setentas. Desde el balcón de la Casa Rosada, el 25 de mayo de 2003 –se lo toma a Kirchner de espalda y a la plaza con una multitud que no se alcanza a distinguir cuán abigarrada es–, se produce el primer salto hacia ese pasado. Son imágenes de la movilización del otro 25 de mayo, el del ‘73, con Cámpora y Perón, y muchos jóvenes. La voz testimoniante que las acompaña cuenta de reuniones en las que los nombres de Abelardo Ramos, Hernández Arreghi –en pantalla se ve a Spinetta– y Almendra se entremezclaban. El friso es amplísimo: caben desde el gol del Chango Cárdenas hasta una bandera de las FAR, pasando por la llegada del hombre a la luna y Sui Generis. En voz off, un joven busca enlazar todo esto e identifica a Kirchner con la “transgresión y el rupturismo del rock”. En voz off de un miembro de la generación que, así se dice, supuso ya no tendría otra oportunidad: Kirchner “tiene sesenta años pero siempre tendrá también veinte, cuando fue parte de esa gloriosa juventud”. Aunque las próximas incursiones a los setentas no serán tan vagas, acudir al friso se vuelve ineludible porque no hay archivo político Kirchner en esos años. Por lo tanto, lo que funciona como eslabón, que se quiere perdido y encontrado, entre los setentas y quien será presidente es la imagen del joven Néstor Kirchner y Cristina Fernández en el fondo de la casa. El pelo largo, los jeans anchos, la irreverencia amorosa. Kirchner gana la intendencia en Río Gallegos –y un cartel de la campaña indica que estamos en 1987–, pero a través del archivo del festejo entre militantes que se nos muestra lo que se escucha corear es que “volveremos como en el 73”. Los setenta son fuente de legitimidad y de sentido; ante ellos, los años de la democracia anteriores a 2003, poco tienen que decir, no compiten. La película de De Luque omite una experiencia y recoloca aquella otra».

[Disponible completo en la versión en papel.]

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