La imaginación técnica en el cine contemporáneo: la matriz de lo visible. Notas sobra Matrix

por Domin Choi

Si hoy la idea de lo moderno en el cine, visiblemente, se vuelve arcaizante es porque la promesa del mundo que supo plantear durante su gestacion se convierte definitivamente en un acto menor, de resistencia. No es que el cine se vuelva algo obsoleto par aun mundo high-tech, sino que el mundo pretendido por el cine moderno simplemente no coincide con los desarrollos del mundo actual. Godard, por ejemplo, en sus Histoire(s) du cinéma, habla del fracaso del cine con respecto a la historia. Según éste, el cine no supo redimir el mundo, redimirse de la barbarie histórica con sus cualidades de registro, y ser justo con su tiempo. Pero, si hay una idea rectora de Rossellini a Wenders es la de una relación del cine con el mundo; el cine, definitivamente, es un “habitar” el mundo. Ahora bien, con la relevancia social y económica de la televisión y la publicidad el mundo mismo se convierte en un cine cualquiera. Bajo este mundo de imágenes la primacía del principio de realidad que caracterizaba al cine moderno parece tomar otra figura, ya que el principio del placer, que escamotea y transfigura las pulsiones de muerte y de destrucción, pretende dirigir las imágenes actuales. Estamos en la etapa que Daney llama visual, donde lo visible funcional en conexión directa con la economía y la tecnología. En el campo cinematográfico esta condición no implica sino la liquidación de la “promesa estética” que supo plantear alguna vez el cine moderno; y si no parece haber, actualmente, ninguna promesa en las imágenes es porque éstas no cesan de convertirse en una “interfase” tecnológica de circulación y concentración del capital.

Cuando Jean-François Lyotard analiza la categoría de lo sublime en la actualidad -que equiapra con la idea de lo inhumano- dice que ésta no sólo está presente en el arte sino también en el centro de la economía capitalista, que “no es académica, no es fisiocrática y no admite ninguna naturaleza; en un sentido, es una economía justada a una Idea: la riqueza o el poder infinitos”. Bajo esta condición, la experienica del sujeto humano se disipa en los “cálculos de la rentabilidad, satisfacción de necesidades, autoafirmación por el éxito”. Ahora bien, el secreto de ese éxito en el plano estético reside en la combinación de lo conocido y lo sorprendente: mediatne esta conjunción el aparente desequilibrio, que mantiene en funcionamiento el mercado de las artes, y sobre todo el cine, pasa por la mezcla de géneros, el pastiche, la cita y el guiño. El cineasta que mejor representa esta tendencia parece ser Quentin Tarantino, una especie de autor de antaño y renovador posmoderno que caracteriza las últimas décadas: parafraseando a Lyotard podríamos decir que en su cine el “pequeño escalofrío” va acompañado, siempre, del “pathos de la rentabilidad” de una innovación. Todo funciona demasiado bien en su cine, hasta los tiempos muertos y los diálogos absurdos. Lo que desaparece con este cine es la continuidad misma de la experiencia entre las generaciones, ya que esta Idea -lo sublime económico: la riqueda o el poder infinitos- se expresa en el mercado del arte (y a pesar del repertorio de la cinefilia al que recurre constantemente Tarantino) bajo la forma de la innovación constante. Y la innovación, sólo funciona. Lo más inquietante de esto es que este funcionamiento no tiene una finalidad, un propósito, y se aboca a un desarrollo infinito no humano. Lo que llama la atención en films como Matrix reside en que la cuestión del desarrollo se vuelve explícita; llegamos así al estadio en que la técnica reflexiona sobre sí misma. Lo que podemos constatar en Matrix es la reflexión de la tecnociencia que busca un propósito, cualquiera que sea.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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