La revuelta. Registros contemporáneos del acontecimiento político (Wiseman, Loznitsa, Cájas, Ferreyra) [Extracto]

por Emilio Bernini

¿Cómo se filma, en la contemporaneidad, el acontecimiento político mientras ocurre, mientras los hechos mismos tienen lugar, cuando aún se desconocen sus alcances, su impacto en el orden de las cosas, su significación política? ¿Cómo se registra aquello cuyas consecuencias, que siempre se reconocen a posteriori, lo vuelven en efecto un acontecimiento de orden político? En principio, la cuestión parece concernir al documental, porque esa modalidad narrativa dio históricamente a sus imágenes un estatuto objetivo, y puesto que al documental se le ha otorgado esa posibilidad: estar cerca del mundo de los eventos, en él, para captarlos, registrarlos. El documental, en particular el documental de observación, sería así el modo de registro incuestionable del acontecimiento: no sólo por la cualidad indicial de la imagen –que guarda en efecto la huella física de lo que capta, al menos en el fílmico– sino por haber captado el hecho en el momento mismo de su acaecer. El documental de observación se ha definido por el estar ahí (de los dispositivos de registro) y por la espera (del cineasta y su equipo) de que el evento ocurra para grabarlo.

Si el acontecimiento político depende de su inserción en una totalidad que lo comprende, e incluso lo prevee y lo controla (At Berkeley), si es filmado como un acaecer puro, sin articulaciones fuertes de sentido (político), para producir con ello el extrañamiento de esa misma realidad que se registra (Maïdan), si depende de la interpretación de las subjetividades que se vinculan con él casi sin saberlo y casi sin quererlo (El vals de los inútiles), el acontecimiento en sí mismo, en su proprio ser, formaría parte de cierta inefabilidad, porque en cada caso su modo de representarse varía irreductiblemente. Por el contrario, debería afirmarse que en términos cinematográficos el acontecimiento nunca es inenarrable –por más horrorosas que sean sus consecuencias–, ni se sitúa en una suerte de pura experiencia muda, inaccesible al discurso. Cinematográficamente, el hecho no deja de configurarse en el pasaje que va del registro a la narración, en ese lapso, en esa demora misma que lo vuelve representable. Lo cinematográfico, más allá del dispositivo de que se trate, reside en esa relación indirecta, tardía, elaborada, con el mundo. El cine nunca es el puro registro sino el trabajo con ese material que se ha obtenido en el transcurso de los hechos, que lo vuelve objeto de sentido y de disputa.
En La hora del lobo (2015), el notable corto de la cordobesa Natalia Ferreyra, pueden verse esos dos momentos del proceso de lo cinematográfico.

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