El golpe será televisado

Notas sobre O processo de María Ramos

Por Diego Caramés

La desesperación es una tristeza que surge de la idea de una cosa futura o pretérita acerca de la cual no hay ya causa de duda, según la clásica definición que brinda Spinoza en su Ética (1). Difícil encontrar una descripción más precisa de la afección que padecimos quienes vimos el nuevo documental de María Ramos, O processo, en los días previos a la segunda vuelta de la elección presidencial de Brasil (2). Sobre todo porque el film, que narra el desarrollo jurídico-político del impeachment contra Dilma Rousseff, comienza con distintos planos de la escandalosa votación de diputados el 17 de abril de 2016, y muestra, entre los discursos de los congresales, el de Jair Bolsonaro, quien dedica su voto contra Dilma a la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el primer militar de la dictadura brasilera condenado por secuestro y tortura.

Desesperación por el pasado, entonces, porque sabemos desde un primer momento que ese proceso político culminará con la destitución de la presidenta Rousseff, tras lo cual –durante el gobierno transicional de Michel Temer– sobrevendrá una avanzada contra el Partido de los Trabajadores (PT), encarnada en la persecución a su máxima figura, Lula da Silva, y se profundizarán las medidas de ajuste y empobrecimiento de la clase trabajadora brasilera. Desesperación por el futuro, también, porque sentados en la butaca vemos en Bolsonaro la imagen de lo ineluctable, de lo que pronto será refrendado en las urnas pero que ya estaba allí, acechando, activo. El futuro llegó hace rato.

Y, sin embargo, es preciso señalar, ninguna de estas pasiones y proyecciones se encuentra explícita en el documental. La marca decisiva de éste –y de los anteriores trabajos de Ramos– es una cámara que trabaja a partir de una distancia implacable. Como documental de observación, muestra imágenes crudas y esquiva cualquier subrayado, prescindiendo de voces en off, de elementos gráficos o de agregados explicativos de cualquier tipo; solo se dejan ver unas pocas placas en negro con información mínima sobre fechas, lugares e instancias parlamentarias que se van sucediendo. El efecto de esa mostración es política y epistemológicamente contundente: entre los planos definidos y las construcciones del montaje (que sabemos constituyen a todo documental), sospechamos que es posible alcanzar algunos grumos de verdad, intuimos que es posible ver elementos de los que no nos habíamos percatado, a pesar de que aquella secuencia frenética transcurrida entre abril y agosto de 2016 fue ampliamente difundida por los medios de comunicación. Pero, ¿qué es lo que se muestra?, ¿de qué están hechos esos grumos que revelan procedimientos definitorios de la política contemporánea?

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Siendo así consumado nuestro destino frente a las grandes decisiones nacionales… Entregamos nuestro gobierno al supremo poder federal, seguros de que resistir podrá quizás provocar una guerra fratricida entre inocentes… ¿Quiénes son los inocentes?

Felipe Vieira en Terra em Transe (Glauber Rocha, 1967)

El título del film, de evidente resonancia kafkiana, permite trazar analogías con la historia ficcional del célebre Josef K., pero también hace necesario marcar una diferencia significativa. Como en el proceso al que se veía sometido aquel personaje, también sucede aquí que nunca queda del todo claro el motivo preciso de la acusación contra Dilma, cuya sustancia jurídica se ve desplazada todo el tiempo por adjetivaciones y suposiciones que apuntan siempre a otra cosa: los tres decretos administrativos que los acusadores nombran brumosamente serían indicio de “una corrupción más general”, de “deshonestidad manifiesta”, de que “el PT es una banda de delincuentes que llevaron a Brasil a una enorme crisis”… Y, sin embargo, a diferencia de la novela de Kafka, en el proceso brasilero no es la pesadillesca burocracia de un sistema estatal anónimo quien determina fatídicamente el destino de hombres y mujeres, sino fuerzas políticas, judiciales y mediáticas que operan de manera explícita y desembozada. Lo que hace visible el documental no es la opacidad de procedimientos jurídico-políticos incomprensibles sino la obscenidad de los poderes fácticos contemporáneos.

Lo obsceno aquí: que se va a destituir a una presidenta electa democráticamente, no porque sea justo ni porque haya sólidos argumentos legales, sino porque pueden hacerlo. Pero si la obscenidad hoy casi nunca es inmediata, es preciso hacer foco –como lo hace María Ramos– en sus modos singulares de ser y de aparecer. Esos modos, con sus dinámicas específicas, se despliegan en tres escenarios, donde se construye un cierto tipo de teatralidad política: las exposiciones de los políticos y abogados, a favor y en contra del impeachment, en las salas del Congreso (varias de las cuales terminan en votaciones decisivas); las reuniones previas donde se discuten y elaboran las estrategias políticas (en cierto modo, el backstage de las presentaciones públicas); y la calle, lugar de las distintas manifestaciones populares sobre lo que acontece.

O processo, imagen del medio de la nota

Dentro de aquella tríada, resaltan dos elementos. En primer lugar, cómo aparece el trabajo de producción del primero de esos espacios. Cómo transcurre el tiempo, cómo se respira, las tecnologías que asisten y enmarcan las puestas, cómo los asesores y políticos entran y salen de escena –muy especialmente, de la escena mediática, que gira alrededor de una cámara de TV, de un celular o un micrófono– y los tonos y registros con que componen sus exposiciones. Sobre esto, se torna evidente un contraste muy notorio: el despliegue de discursos articulados y fundamentados jurídicamente, por parte de la defensa de Dilma, y la apelación al impacto emotivo por parte de sus acusadores. Un ejemplo, de los más logrados: las intervenciones de Janaina Paschoal, una de las autoras de la petición de juicio político a la presidenta del Brasil. Tanto al comienzo, cuando presenta los cargos y aboga por que se inicie el proceso, como en el alegato acusatorio final, previo a la votación decisiva, realiza actuaciones extraordinarias. Con recursos escénicos de la ritualidad evangelista y del melodrama televisivo, habla, ríe y llora; interpela a los políticos y a las familias brasileras; se pronuncia sobre distintas cuestiones, pero sobre todo se emociona y emociona. A poco de comenzar el film, una imagen: ella sola, frente a diputados –y frente a las cámaras– habla con tono firme, dice que hace lo que hace porque no tiene alternativa, y que después de su primer discurso periodistas extranjeros la llamaron para preguntarle si era santa o pastora, cosa que ella niega (“no soy tan iluminada para serlo”), pero habla del Estado laico, de la importancia de las religiones, y de su “humilde lugar como profesora de derecho”, y de repente, mueve unos papeles, alza la constitución con una mano, cierra los ojos, baja a la cabeza y hace un silencio impactante, para luego invocar ese “libro sagrado” y hablar del futuro de los niños, y acusar al PT, con una voz que se va quebrando a cada palabra, hasta alcanzar el sollozo indignado. Frente a esa retórica mesiánica, contra el poder mítico de esa escena, la sólida presentación de José Eduardo Cardozo, abogado defensor del PT, hilvanando conceptos y argumentos jurídicos, no pasa de ser una buena pieza de derecho político, un testimonio del viejo pensamiento ilustrado.

Algo de ese contraste retórico quizás ayude a explicar el segundo de los elementos que nos llamaba la atención: la escasa presencia del pueblo en las calles, o mejor, la falta de articulación entre lo que sucede dentro y fuera del Congreso (3). Y si bien es cierto que las manifestaciones callejeras –múltiples y multitudinarias en esos meses– no son el centro de atención del documental, el hecho de que no haya habido ninguna que genere siquiera la amenaza real de la interrupción de alguna de las instancias parlamentarias que van materializando el golpe institucional es todo un síntoma del vínculo que se había establecido entre el gobierno y las bases populares. Dice un cuadro del PT en una de las reuniones de discusión interna: “Se rechazan todos los recursos que presentamos… La gente tiene curiosidad y se pregunta: ‘¿por qué siguen insistiendo? ¡Pierden el tiempo!’ Me preocupa cómo el pueblo está viendo esto, considerando cómo la prensa lo divulga. Esto desanima aún más”. La respuesta de Gleisi Hoffmann –senadora, ex jefa de gabinete de Dilma y una de las figuras que sostiene la estrategia del PT– es que saben que van a ser derrotados en el Comité, pero que tienen que ir agotando cada una de las instancias para ganar tiempo, porque “nosotros necesitamos tiempo para hacer política”. Lo que nunca queda claro, lo que no se dice –en un silencio que se torna dramático– es qué tipo de política piensan hacer, a quiénes y cómo se buscará interpelar –¿movilizar?– en ese momento extraordinario donde todo está en peligro.

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Jango Goulart tenía un programa de reforma agraria, reformas urbanas, reformas económicas, que abría el camino para el socialismo en Brasil (…) El golpe de Estado estaba previsto, pero Goulart no le tenía miedo porque creía que había una organización de masas fuerte capaz de resistir al golpe. Y lo que pasó, en realidad, fue que aquella organización de masas era superficial. En el momento del golpe, que se habló de armar al pueblo, Goulart dudó; incluso cuando algunos sectores de izquierda del ejército intentaron hacerlo, no había armas, y el pueblo ya se había dispersado.

Glauber Rocha

Edificaciones sublimes de un modernismo radical, oficinas gélidas, imponentes salas de conferencias, pasillos amplios y oscuros, y vastas explanadas mayormente vacías; micrófonos, papeles, teléfonos y múltiples pantallas –pequeñas, grandes y medianas– que acechan de manera ubicua. En esos espacios y con esos objetos se constituye –en palabras de la directora– el ecosistema donde se mueven los representantes políticos, captado al detalle por el documental. Representantes políticos y técnicos mediáticos: camarógrafos, periodistas, sonidistas, iluminadores… todos ellos, elementos de un engranaje que opera sintetizando –más precisamente, manipulando– los materiales obtenidos en esos espacios para acercarlos al “gran público”. Solo en algunos pasajes –breves– se dejan ver grupos de manifestantes que cantan a favor o en contra de uno u otro sector. Grupos, pero no masas, porque ese ecosistema no es compatible con ese sujeto. Y en ese desajuste, en esa ausencia de un pueblo poderoso y organizado que pudiera desequilibrar el conflicto a favor del PT –con una lógica bien distinta al precedimentalismo institucional– se vuelve visible el drama último de todo el proceso.

Las discusiones internas entre senadores, asesores, abogados y cuadros del PT, en oficinas cerradas, dan cuenta de que tienen una lectura acertada y realista de la situación, pero una ausencia total de imaginación política respecto de cómo esta puede ser transformada. En plan de proyecciones, son capaces de pronosticar que el siguiente paso sería una avanzada sobre Lula que busque condenarlo judicialmente para sacarlo de carrera de las elecciones, pero no logran imaginar un escenario donde eso resulte evitable. Las palabras de Gleisi Hoffmann trasuntan un realismo lindante con el derrotismo: “Seamos sinceros, si volvemos al gobierno, no tendremos gobernabilidad. Dilma no tiene apoyo, ni estructura ni gobierno. Necesitamos hablar con la gente. Si no alineamos a la sociedad civil, si no entienden lo que está en juego, quedaremos a la deriva”. Sabemos que el antecedente de ese último condicional resultó falso. No sabemos a dónde conducirá esa deriva.

Ciertamente, no sería del todo justo cargar las tintas sobre la falta de reflejos de la conducción del PT para conjurar el golpe institucional. Mucho de lo que testimonia el film, en especial, la puesta en escena de procedimientos parlamentarios vacíos –en tanto lo que fundamenta las decisiones de los representantes no son las pruebas ni las argumentaciones sino un conjunto de pactos espurios acordados por fuera de esas instancias jurídico-políticas– con vistas a torcer las decisiones soberanas de la voluntad popular, son fenómenos de alcance global y no meramente local. Allí reside, también, el registro contemporáneo de este material documental. Y, sin embargo, tampoco resultaría justo negar que el desarrollo del proceso contra Dilma vino a patentizar –y a efectuar un aprovechamiento perverso– de una serie de errores y dificultades que fueron constitutivos de la experiencia política de los gobiernos petistas. Pocos días antes del desenlace en el senado, en una reunión nutrida de diputados, senadores y asesores del PT, se escucha una intervención que sintetiza como ninguna las ambivalencias de esa experiencia: “Setenta años atrás, Getulio Vargas tuvo la claridad mental que nosotros nunca tuvimos. Él consigue un chico para que monte y comience un periódico, y le pide que lo haga vibrante, que se vuelva un arma del pueblo… Nosotros no hicimos ni eso ni nada (…) Tuvimos la Secretaría y el Ministerio de Comunicación, entregábamos muchas licencias de radio y televisión, y dábamos a los grandes medios una gran cantidad de dinero. No estoy seguro de que te hayan contado esto, pero el primer gobierno de Lula cerró muchas estaciones de radio comunitarias. Entonces se vuelve difícil, muy difícil comunicarse con la gente (…) Si caemos, será sobre todo por nuestros aciertos, porque fuimos contra los intereses del gran capital; sin embargo, es innegable que hicimos su camino más fácil con nuestros propios errores graves. No tienes idea de lo difícil que era para los movimientos sociales conseguir que los reciba un ministro del PT; era como si ellos se interpusieran en nuestro camino… casi un placer decir no a los nuestros y [realizar] una triste sumisión a los poderosos. Eso necesita ser tratado a fondo”. Discurso parresiástico, antes que autocrítico, que deja abierta la interrogación sobre un porvenir distinto.

Sobre el final, el documental realiza un movimiento extraño. Luego de registrar el discurso de Dilma el mismo día en que se vota su destitución, se produce un corte –y un salto de nueve meses hacia adelante– hasta el 22 de mayo de 2017, cuando el presidente Temer es acusado de corrupción y una importante manifestación se despliega frente a la Explanada de los Ministerios. Se escuchan denuncias contra el gobierno de Temer por precarios altoparlantes; se alinean escuadrones de fuerzas de seguridad muy pertrechados; entre un humo cada vez más negro y espeso, vuelan algunas piedras y comienzan a sonar los primeros disparos. La violencia de la calle se replica dentro del Congreso, donde –a diferencia de lo visto previamente– ahora todo es tensión, gritos y forcejeos. Mientras irrumpe la caballería y los manifestantes no retroceden, una humareda descomunal se mezcla con el cielo, torna invisibles los edificios monumentales, hasta devorar el último plano. ¿Cómo leer este cierre discordante? ¿Deseo, apuesta o epílogo premonitorio? Quizás, aunque frágil, todavía haya espacio para la esperanza, esa que según Spinoza, “es una alegría inconstante que brota de la idea de una cosa futura o pretérita de cuya efectividad dudamos de algún modo” (4).[1]

(1) B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, Alianza, 1999, p. 267.

(2) O Processo se estrenó el 21 de febrero de 2018, en el Festival de Berlín, y llegó a las salas de Argentina a mediados de septiembre de este mismo año. Las elecciones en Brasil fueron el 7 de octubre, la primera vuelta, y el 28 de octubre, el ballotage definitorio.

(3) Este enunciado merece ser matizado en varios sentidos. El primero y más importante es que resulta indudable que existen vínculos entre las movilizaciones y cacerolazos contra el gobierno del PT que comienzan a despuntar a mediados de 2013 –que tendrán a su vez réplicas significativas de apoyo al gobierno– y la activación del proceso que llevará a la salida anticipada de Dilma Rousseff. El 29 de agosto de 2016, día en que Dilma testifica frente a los senadores, uno de ellos, Cássio Cunha Lima, le enrostra: “este impeachment no nació en el Congreso, nació en las calles, en los jóvenes que salieron a manifestarse para mostrar su indignación”, a lo que la todavía presidenta le responde que, si ella está ahí, testificando, es porque hubo un acuerdo espurio entre fuerzas opositoras. Ciertamente, ambas declaraciones mantienen una parte de verdad. Sobre la importancia de aquellas manifestaciones, y su relectura a la luz de los hechos posteriores, resulta muy esclarecedor el reciente texto de Mariana Gainza “El día en que la derecha comenzó a ganar en Brasil”.

(4) B. Spinoza, Ibídem, p. 267.

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