El arqueo-cine y la política de la extinción

por Tom Cohen

En algún lugar del paraíso cinematográfico está escrito: solo será real lo que haya sido puesto en un film. Les pido que consideren, por un momen­to, una propuesta de guión para una pelí­cula de Hollywood: lo llamaremos “2014: la película”. Es un tanto estereotipado y no sé qué hacer con él (decidan ustedes). Comienza con una premisa: una civili­zación híper industrial recibe múltiples y alarmantes reportes de que ha traspasado los puntos críticos del tóxico calentamiento global, y de que ha entrado ahora en un prolongado periodo de extinciones en masa (incluida la de la propia especie). Sin em­bargo, los ciudadanos parecen impasibles, distraídos o en un estado de abierta nega­ción, como bajo un hechizo.

Los eventos climatológicos extremos van en escalada (mega-sequías, vórtices polares), se potencian las guerras por los recursos, las democracias nominales estallan en todo el mundo, proliferan los reportes de puntos críticos siendo traspasados, y el progresismo utópico está desorganizado. Incluso nues­tros críticos utopistas se ven reducidos al estupor ante este hechizo –si es que defi­nimos la crítica utopista, según la acomo­daticia degradación propuesta por Jameson, no como la de aquellos que creen en el ad­venimiento de una utopía redentora, sino como la de aquellos que meramente luchan por la justicia social y el progresismo (una degradación)–. Es sintomático de la sitiada desorientación de la izquierda norteameri­cana actual el hecho de que Henry Giroux, en su análisis, recurra a metáforas inertes como la de los zombis, o a descripciones de estados de trance:

“La cultura organizada del olvido, con sus inmensas máquinas de des-imaginación, ha marcado el inicio de una revolución permanente caracterizada por un enor­me proyecto de distribución de la riqueza hacia arriba, la militarización del orden social en su integridad y una continua despolitización del agenciamiento y de la propia política”.

La revolución ha sido irreparablemente in­vertida. Esta descripción remite a los efec­tos de los medios, del telemarketing, de la televisión, del cine en particular (“inmensas máquinas de des-imaginación”). Recuerda a lo que Stiegler identifica como una “pro­letarización de los sentidos” mismos.

Dos acontecimientos diferenciados confor­man el mundo de “2014”, el guión men­cionado anteriormente. Mirando hacia atrás desde el futuro, esta fecha sería recordada como un punto de inflexión. El primer acontecimiento: el polvo finalmente se di­sipó luego de la “crisis financiera de 2008”, poniendo de manifiesto la trama de una enorme transferencia de riqueza a escala global –creando inmediatamente una suer­te de sistema mundial de dos clases, o un nuevo “proletariado” o “precariado”–. La analista económica Catherine Austin Fitts se refiere a esto como a una “civilización disidente”, la “súper elite” o el famoso “0.01%” de la población. Al mismo tiem­po, un segundo acontecimiento tiene lu­gar. Los países occidentales se retractan con discreción de sus compromisos en cuanto a la reducción de emisiones de carbono, presumiblemente debido a presiones eco­nómicas, reconociendo de manera implícita la irreversibilidad del catastrófico calenta­miento global y de las extinciones en masa. La retórica se habrá desplazado sutilmente de la mitigación, o incluso la sustentabili­dad, a algo distinto: el nuevo meme es el de que tendremos que adaptarnos y que, por lo demás, la geoingeniería auxiliará a todo el mundo (un panorama que trae aparejada inmensas ganancias corporativas).

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