Catábasis y transfiguración. Las virtudes del pueblo y del arte

(Gilda, Lorena Muñoz)

por Mariano Dagatti y Román Settón

Gilda. No me arrepiento de este amor, primera ficción de Lorena Muñoz, narra la vida de un mito popular y de su construcción. La historia abarca parte de la biografía de la cantante tropical Miriam Alejandra Bianchi (interpretada por Natalia Oreiro) y, fun­damentalmente, su conversión en Gilda. Documentalista de origen, la cineasta opta por un registro mixto, en el que conviven el biopic, el melodrama e incluso algo de ha­giografía. La transformación en artista, su encuentro con el mundo de la cumbia, los conflictos provenientes por su condición de mujer de clase media entre sectores popula­res, las desdichas y vaivenes de su vida fami­liar, su temprana muerte son los principales hitos de un film que demarca logradamente la singularidad artística del fenómeno y su proceso de santificación. De este modo, tra­baja el mito popular a igual distancia de la canonización mediática y de la mercantili­zación de su figura.

Biopic, melodrama y hagiografía. El biopic o película biográfica tiene por base dos elementos: la biografía de una persona, que configura la semántica del film, y la ma­triz dramática para narrar esa serie de ele­mentos que configuran la biografía. Gatica, Evita, Lincoln, Django Unchained, Gandhi son algunos de los ejemplos más fácilmente re­cordables de esa serie en que la trama de la historia suele ser, en sentido amplio, la trama clásica de un héroe que debe sortear diferentes obstáculos para llegar a ser quien fue, i. e. un personaje de relevancia históri­ca o al menos histórico-cultural. También la reciente Whiplash o la mítica Flashdance siguen este patrón de obstáculos sucesivos que son coronados por el éxito. En estos casos existe además un elemento propio de la novela de formación (y de la novela de artista). Estos protagonistas están configu­rados, la mayor parte de las veces, con los rasgos distintivos de un luchador, un Rocky, un Rambo o un John McClane (Duro de matar) en pequeña escala. El biopic suma a esto la base real de la historia como modo de consolidar un verosímil muy particular. Pero es fundamental que el espíritu comba­tivo esté allí. Suele estar incluso en las figu­ras signadas históricamente por una actitud presuntamente pacifista: Ghandi, la Madre Teresa, Martin Luther King.

En contraste con este patrón narrativo, el melodrama clásico, tal como señala Peter Brooks, utiliza un protagonista eminente­mente pasivo, un personaje que en lugar de luchar para superar los obstáculos debe persistir en la virtud de su ser y no dejar­se seducir por el mal o la tentación de un mundo que se ha vuelto engañoso. El héroe melodramático triunfa perseverando en su esencia, manteniéndose idéntico a sí mismo, a pesar del mundo malvado que lo rodea y que intenta hacerlo caer. En el primer caso, asistimos a una transformación por vía de la acción; en el segundo, la trama es analítica, pues se trata de sacar a la luz lo que ya es­taba allí, de correr el velo del engaño que había hecho al héroe virtuoso reprobable a los ojos de su comunidad.

Esta característica del melodrama suele coincidir en gran medida con el género hagiográfico, pues en la revelación se en­cuentra el motivo principal del cambio de quien ha de convertirse en santo. Hay por tanto una verdad analítica que se revela y una causa externa que genera el cambio, que en este caso suele devenir, además, en una transformación cualitativa del perso­naje, algo que no sucede en el melodra­ma. Especialmente en el martirologio, un subgénero de la hagiografía, se encuentra esta matriz narrativa de padecimientos y transformación. La transformación se da como consecuencia de la superación de los sufrimientos, gracias al triunfo sobre las pa­siones demoníacas y por la búsqueda incan­sable del Ser que provoca la transformación. Las vidas de los santos se oponen así a las vidas de los héroes, cuyas luchas y triunfos son terrenales, mientras que en los santos, por el contrario, la derrota terrenal trae en muchos casos la victoria supraterrenal.

Gilda despliega, entonces, la historia de la cantante en la confluencia no siempre ar­mónica de estas tres matrices narrativas: biopic, melodrama y hagiografía. A partir de ellas entrama las esferas pública y privada de su biografía: la vida familiar, su trabajo, su relación con la música tropical. La pri­mera apuesta que el film explicita –y el pla­no de apertura es toda una declaración de principios– es una pregunta por la relación de Gilda con esa cultura tropical, sus públi­cos, sus mafias, sus fans, su show-business. Gilda comienza con una imagen negra, se escuchan las voces de los noticieros de la televisión. Informan: “Ha muerto la cantan­te tropical Miriam Alejandra Bianchi”. La frase presupone de una manera transparente que el gran público no sabía quién era Gilda cuando tempranamente muere. Esta es una cuestión fundamental: el 7 de septiembre de 1996, la fecha de su deceso, el reconocimien­to de la cantante en el ambiente de la mú­sica tropical era proporcional a su descono­cimiento en el resto de la sociedad. Por eso los medios, ese gran parlante traductor para las clases medias y altas, tienen que explicar quién es. Las voces de los noticieros aparecen por primera, única y luctuosa vez.

No debemos menospreciar el valor artístico de este parte-aguas. Esta introducción na­rrativa distingue, con rigor y con sutileza, la cultura popular de la cultura mediática. Cuando empieza el relato cinematográfico, la voz de los noticieros desaparece como un lastre del que es preciso deshacerse. Son dos formas no convergentes de trabajar la imagen, de trabajar la imaginación. Más que cualquier otro arte, el cine tiene un papel decisivo en el reparto de lo sensible, en la elaboración siempre amenazada, siempre necesaria de una escisión entre una sensi­bilidad popular y una sensibilidad populista. Por eso cuando empieza el cine, acaba la te­levisión. Declaración de principios: será un film sobre una figura popular, no sobre una figura mediática. Esta es una decisión estéti­ca fundamental, por lo que el cine significa como construcción de mitos populares y como ritual popular.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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