por Gustavo Galuppo
El cuerpo, nuevamente en Cronenberg, ahora vía Delillo, es el campo de batalla en el que se dirime, políticamente, el futuro de la humanidad. Y es que aquí, de algún modo, sólo queda el cuerpo, fortaleza individual que establece el último confín de la penetración autoritaria, privado ya de toda pertenencia común a otra solidaridad que no sea la de las victimas paranoicas de una conspiración inaprensible. Así, si la disolución del tejido social parece ocultar con eficiencia el valor revolucionario de la lucha de clases en pos de una igualdad funcional a la lógica del consumo (la visibilización de las minorías despojadas de conciencia de clase), es aquí finalmente el cuerpo mismo, asediado y acorralado por la deshumanización gestionada por el capitalismo informatizado, el último bastión que revela dialécticamente el doble movimiento contradictorio al que ha sido sometido con fines operativos: un movimiento constante hacia la estilización biopolítica de la lógica de la performance eficiente y la funcionalidad, y otro movimiento paralelo que corre a contramarcha del anterior, efecto colateral que descubre la falla de la organización y se vuelve en su contra marcándole un límite infranqueable. El cuerpo tecnificado sólo se hace perfectamente eficiente a costa de una desvinculación consigo mismo, a costa de una cosificación exacerbada, a costa de disociarse y perder de vista los atributos de lo humano en función de una operatividad maquinística juzgada ya como valor fundamental. Y de allí, de la subsecuente mecanización del cuerpo y de su adscripción a una sexualidad mediada por el fetiche de la mercancía tecnológica, se recala directamente en la concepción del sexo alienado, pornográfico y estéril, seguro e higiénico (sexo higiénico como guerra higiénica), en el que la solidaridad entre los cuerpos mediada por el afecto (o el amor, más claramente) es reemplazada por la circulación de la mercancía y el valor de cambio (las imágenes, el espectáculo, el entretenimiento, los autos, etc.). […]
Cosmópolis, novela de Don Delillo filmada por David Cronenberg, se inscribe por todo eso visiblemente en una línea de su filmografía marcada por esa particular mirada política urdida entre los límites de los géneros cinematográficos. Videodrome (1983), Crash (1996), y eXistenZ (1999) la preceden (aunque no directamente) articulando alternativamente variaciones en torno a los mismos ejes conceptuales. Y aún mas, a esta especie de tetralogía podría sumarse con justicia una película ajena (aunque cercana, familiar), Antiviral, realizada por su hijo Brandon en 2012 con un evidente espíritu marcado a fuego por los abismos del horror biológico y ateo de su padre. Pornografía, conspiración, y tecnología, pueden leerse en cierta medida como los ejes interrelacionados a través de los cuales Cronenberg podría plantear cinematográficamente un modo de representar lo en apariencia irrepresentable, la totalidad del estadio actual del capitalismo en un sistema global interconectado inabarcable.
[Disponible completo en la versión en papel.]
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