por Alfredo Grieco y Bavio
El de Lincoln es un mundo de viejos, que compiten por controlar cómo será el día después del fin de la Guerra de Secesión. Cuando vemos muchos jóvenes en la pantalla, los vemos como Abe Lincoln: son cadáveres en el campo de batalla. Lincoln tiene pesadillas de estar él solo, todos los demás muertos, en la cubierta de un barco fantasma que entra en un mundo de brumas. Una imagen de soledad romántica, como la del célebre Viajero ante un mar de niebla (1818), el cuadro de Caspar David Friedrich que ilustró tantas cubiertas de libros sobre el romanticismo. Sólo que aquí el protagonista no es un joven, aunque sí se cierna sobre él –los espectadores no lo ignoran– la inminencia de la muerte por asesinato, característicamente en un teatro. Los contemporáneos no lo saben. No lo sabe la esposa (interpretada por Sally Field), a la que Lincoln relata estas repetidas imágenes nocturnas. Mary vive en el duelo perpetuo de la muerte de su hijo Willie, en el terror permanente de que su hijo mayor, Robert, morirá si le permiten enrolarse en el Ejército, como él lo anhela.
Las representaciones de la guerra como conflictos de viejos por los que deben combatir –y morir– los jóvenes abundaron, en la Primera Guerra Mundial, en la de Corea, en la de Vietnam. Menos frecuentes fueron en la Segunda Guerra y en las guerras de Irak y Afganistán, porque en ellas Estados Unidos había sido, a sus ojos, la nación agredida, que respondía con vigor viril a las agresiones cobardes –en 1941 en la Costa oeste, en 2001 en la Costa este–. Si Spielberg filmó un vistoso 1941 en 1979, Steve McQueen, el director de 12 Years A Slave, que viajó a Irak embedded (hombre de los medios “incrustado” entre las tropas) cuando la invasión angloamericana de 2003, filmó un corto “patriótico”, Queen and Country, sobre los soldados británicos caídos en suelo iraquí. En Lincoln las plateas jóvenes pueden sacar como conclusión qué ocurre si les arrebatan la movilización política. Y cuando queda sólo un justo en quien confiar, un Lincoln que se parece a ese Obama que, según mostraron los semanarios norteamericanos no sin regocijo, encaneció de golpe pasado el primer año de su primera presidencia.
El de Lincoln es, como mayoritariamente es el mundo de Washington DC, un mundo de adultos mayores. El de Django Unchained es un universo de personas todavía jóvenes, que luchan una guerra que los mayores no quieren luchar, ni hacer luchar. Django Freeman es joven, su esposa es más joven, su antagonista el amito “Monsieur” también es joven. En los films de Tarantino, los jóvenes son hermosos (o pueden serlo); los mayores nunca. El viejo doctor alemán cazarrecompensas se opone a la esclavitud por principio, pero en la práctica será sólo por Django que va a morir en el campo de honor, como redimiéndose así de una vida de indiferencias.
[Disponible completo en la versión en papel.]
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