por Marcelo Cerdá
Pertenecen al campo de lo visible, los grandes logros de la colonización judía acaecidos sobre la ‘baldía’ tierra palestina, una identidad nacional sin fisuras que, por su origen y por la tragedia de su historia, se encuentra predestinada a un territorio. Pertenecen al negado fuera de campo, la expulsión de los antiguos pobladores, la narrativa del padecer y de la resistencia palestina, la diversidad cultural del componente poblacional de Israel. Como parte de un gran mecanismo ideológico de dominación, el campo de visión del museo, del relato del monumento, fija una memoria escindida y consagra una identidad excluyente sustentada en la diferencia étnica. […] El monumento, al borrar las huellas del proyecto que lo hiciera posible, consagra una memoria inmovilizada en un hecho consumado e irreversible, la imagen contra-oficial, parece señalar Sivan, devuelve a la memoria lo que esta tiene de política y la pone en movimiento […] El Estado teocrático de Israel, a través de su educación hunde sus raíces en la religión, a la vez que se perpetúa en las ceremonias del calendario escolar, al actualizar el sincrético momento en el que se funden su acto fundacional y el pasaje bíblico de la esclavitud a la liberación. La concepción del ‘pueblo elegido de Dios’, del cual el concepto de origen es inseparable, subsana todas las incongruencias además de remitir inevitablemente, como bien señala Edward W. Said, a una condición pasiva, ‘la condición de ser elegido’.
[Disponible completo en la versión en papel.]
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