Malvinas. Una representación inconclusa. En torno a La forma exacta de las islas [Extracto]

por Lara Segade

En poco más de una década aparecen dos películas que en varios sentidos pueden ser comparadas. Las dos se filman en las islas Malvinas e incluyen, incluso, escenas similares: fachadas de edificios isleños en que las dos se detienen; una suerte de “enloquecimiento” de las imágenes tomadas en las islas que, sobre el final, se suceden frenéticamente; un diálogo en que uno de los protagonistas le propone al otro quedarse juntos en las islas una semana más –Camilla a Fabián, en un caso; Carlos a Julieta, en el otro–. La propuesta, en parte amorosa, en parte asociada a los estrechos y particulares vínculos que cada uno tiene con esa tierra, es rechazada en ambos casos. Tanto Fuckland como La forma exacta de las islas, por otra parte, remiten a la guerra pero transcurren en su tiempo presente. Las dos postulan un cruce singular, sobre el que además reflexionan, entre experiencia e imaginación o entre lo documental y lo ficcional, por un lado; y por el otro, entre lo colectivo y lo individual; y en las dos, finalmente, ese cruce y esa reflexión están atravesados, a su vez, por la temática de la reproducción, que incorpora la dimensión biopolítica en un nuevo cruce entre cuerpo y territorio.

Sin embargo, una vez establecido que la comparación es posible, todo comienza a diferenciarse. Las escenas de Malvinas de La forma exacta de las islas, como dijimos, son por completo novedosas, contradicen las expectativas, al igual que los diálogos pausados con algunos isleños. Entretanto, Fuckland reproduce y confirma estereotipos previos: que los isleños son borrachos y “piratas”, y que desprecian a los argentinos. Lo que se reproduce, por tanto, es el enfrentamiento, pero es como si este no tuviera nada que ver con la guerra. En ese sentido, mientras una película ve y muestra algo nuevo, la otra se funda en y machaca con la repetición. En relación con ello, en su reseña de La forma exacta de las islas, Martín Kohan destaca una escena en que Carlos y Dacio, en la habitación del hotel, hablan sobre la guerra: “un rasgo singular distingue este intercambio: no están seguros de lo que dicen, no saben adónde van a llegar con cada frase. O sea, no hablan de algo que ya han pensado, sino que van pensando mientras hablan. Y entonces ciertas cuestiones decisivas (para todos pero en especial para ellos, que han sido soldados de esa guerra), como la posibilidad o la imposibilidad del heroísmo, el sello fatal de la dictadura y sus alcances, la gloria eventual del sacrificio o la evidencia penosa de haber sido usados, se examinan sin certezas previas”. Se comprueba allí el hecho, efectivamente novedoso, de que la película, en vez de cerrar, abre. No provee afirmaciones sino preguntas, la cual tal vez sea la única manera de llegar a un sentido, aunque sea parcial, de esa guerra.

En la misma línea, puede postularse que la relación que establecen entre las diversas dimensiones de lo ficcional y lo documental o bien el lugar que asignan a la experiencia personal en el relato que construyen, es por completo diferente. En Fuckland, la relación entre ficción y verdad, esa barra supuestamente tensa, es avasallada por la fuerza del engaño, que nada construye. La forma exacta de las islas deja abierta una pregunta, tal vez un anhelo: ¿es posible que la ficción opere su transformación sobre la vida?, ¿acaso puede vivir el bebé? Y en un plano más realista: ¿puede contribuir con el proceso de duelo al permitir un acercamiento nuevo a la verdad o al sentido? […].

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