por Gustavo Galuppo
[…] Este no es, claramente, el mundo adolescente de Gus van Sant. Si bien en ese punto sería fácil (y hasta en cierto modo simplista) relacionar este universo con ese universo de Van Sant (y en parte el de Larry Clark), la conexión se impone superficialmente, ya que las posibles coincidencias se agotan rápidamente en la misma epidermis del entramado. Quedarían apenas esos momentos suspendidos de Van Sant en que contempla y transforma a los cuerpos adolescentes (skaters o no) en otra cartografía ralentizada del deseo y la desprotección, pero allí la presencia del adulto (remarcada paradójicamente por una ausencia palpable o por una presencia fragmentaria y negativa), establece las causas de esta falta social. En P3nd3jo5 los padres, cuando aparecen, se muestran protectores y preocupados. No se trata aquí de un abandono. El mundo injusto que acecha no es el de la desprotección paternal, sino el mundo mismo que con su lógica se obstina en dinamitar los sueños del ocio, el juego y el amor que no conocen otros fines más que la posibilidad de experimentarse en el presente. Ese otro mundo impone su presencia en apariciones breves: en el dealer y la circulación de la droga, en la persecución policial, en la obstinación familiar por el estudio o en la oposición caprichosa a una relación amorosa. Ese otro mundo se filtra para imponer su violencia y su lógica represiva, pero aún así los ignora en su integridad, en su desinteresada vitalidad. Estos adolescentes sólo existirán para el mundo cuando, expatriados a la esfera pública, un hecho trágico los lleve al candelero televisivo de las noticias amarillistas. Sólo la violencia los hace visibles para la sociedad estableciendo el estigma imborrable de una juventud peligrosa.
[En Los posibles…] No se trata de bailarines diestros estableciendo el devenir sofisticado de las buenas proporciones y la armonía. Se trata en cambio del gesto rústico, del movimiento rudimentario esbozado entre la delicadeza y la violencia. Una coreografía de las pasiones primarias sin lógica de causa y efecto que las contenga. La cámara, allí, juega con ellos, se transforma en un cuerpo, participa de la danza, la reelabora. Siete cuerpos lanzados como bólidos a sus fricciones en un espacio cualquiera destartalado, un sótano desvencijado convertido en el escenario de las pasiones expresadas siempre como pura posibilidad de algo que nunca cristaliza. Así, los cuerpos no narran ni describen estados afectivos determinados explicados por una historia, sino que se vuelven instrumento evocativo de esos afectos en el momento pasajero de su aparición como pura probabilidad. Apariciones. Desapariciones. Evoluciones vaporosas que evocan no ya un estado concreto, sino el proceso indeterminado de su constitución misma. Capturar algo de la pasión allí por donde pasa, por donde amenaza sólo con volverse concreta sin lograrlo jamás; evocar el trazo, la huella dejada por esas afecciones y su misterio. Capturar lo inefable allí en el momento en que es pura posibilidad, en el instante fugaz en que se inscribe en una postura, en un roce, en un choque, en una mirada, en un salto acrobático, en una fricción. La imagen del cine, a fin de cuentas podría pensarse, sólo es capaz de eso: de intentar vanamente representar lo inalcanzable, de buscar infructuosamente el modo de darle una forma sensible a lo inefable. Y es allí, en la conciencia de sus límites y en la vana obstinación por superarlos, en esa dialéctica del éxito y el fracaso, donde encuentra siempre su mayor fuerza evocativa.
[Disponible completo en la versión en papel.]
No Comments