Salir del cine. Devenir y mutaciones de las imágenes

por Emilio Bernini

La exposición y la instalación del cine están constitutivamente vinculadas a un pensa­miento del espacio. El cine, en su dispositivo clásico o tradicional, ha definido de una vez para siempre su relación con el espacio: la sala que idealmente permanece cerrada durante el tiempo de la función, esto es, durante una proyección que tiene un comien­zo y un final, y cuya visión está bloqueada, ya que no es distraída ni interrumpida por nada exterior a ella: en suma, todas las condiciones físicas, arquitectónicas y psíquicas para la experiencia de la cinefilia. En cambio, la instalación de films, de fragmentos de films, de secuencias, de fotogramas, de videos, se define por una relación abierta, indeterminada y singular, en la medida en que depende, en cada caso, de la especifici­dad del espacio en la que tiene lugar y de la especificidad conceptual de la instalación misma. Esa conceptualidad varía en cada caso y en cada espacio aun cuando se trate de la misma instalación: la instalación puede responder a objetivos analíticos, puede comparar imágenes, confrontarlas, exponer relaciones que la palabra no puede hacer ver, mostrar aquello que no puede leerse e incluso aquello que no puede verse en la experiencia clásica del cine: por esto, las instalaciones de Harun Farocki son la conti­nuidad más precisa de sus videos analíticos. También la instalación puede, según la superficie en la que se proyecte el film, según los grados de luz y oscuridad, y según las duraciones y la circulación en el espacio, dar volumen a la imagen en movimiento, a diferencia de la superficie lisa de la pantalla de cine. En esto, la instalación hace de la imagen cinematográfica una cuestión de figurabilidad, de iconicidad; libera la imagen de la sucesión, del encadenamiento narrativo, para instalar entre los films, o entre secuencias de films, un trabajo de figurabilidad, como lo llama Dominiqui Païni.

De ese pensamiento de la espacialidad se deducen las temporalidades, que hay que describir en su pluralidad, a diferencia del tiempo del relato (no de la historia o de la fábula) en el cine. El tiempo del relato en el cine es relativamente uniforme, entre una hora y media y dos horas en promedio; incluso los casos experimentales –v.g. Empire de Andy Warhol, que se extiende durante ocho horas– no alteran esa uniformidad, ya que se trata siempre de un tiempo horizontal, con principio y fin. En cambio, las tempora­lidades inconstantes de la instalación varían no tanto por su cercanía o alejamiento respecto del tiempo de la proyección en cine, sino, por su puesta continua, en la forma temporal del loop, el bucle o el ciclo infinito. Este punto de la temporalidad como ciclo infinito en la instalación de cine es el que plantea la diferencia irreduc­tible entre el espectador de la sala de cine y el visitante, el paseante, el flâneur del museo o del espacio instalativo. Se trata de otro sujeto espectador (aunque pueda tratarse de la misma persona).

Ese cambio de estatuto del espectador (inmóvil) de cine en paseante en el espacio de la instalación define la recepción de esta y permite comprender la mutación de la experiencia cinéfila. No sólo porque en la instalación no tiene lugar el afecto de identificación –que es propio de la duración, la sucesión y la mimesis narrativas–, sino incluso porque la instalación, la exposición, desmembran el film, lo desarticulan, lo desubliman. Pero además, el desplazamiento del que mira, en el espacio exposi­tivo, es constante: el que visita el museo está de paso, pasea, da vueltas, se detiene o se sienta por momentos no medibles, que impiden todo afecto mimético. Hay en el visitante del museo una “soberanía temporal y visual” que, según un curador como Dominique Païni, debe montarse (en el sentido, en efecto, del montaje) con la tem­poralidad “objetiva” impuesta por el movimiento de las imágenes en el espacio. Para Païni, se trata pues del choque de dos temporalidades, la temporalidad objetiva de la instalación y la temporalidad subjetiva del recorrido del que mira: dos velocidades antagonistas y heterogéneas.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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