Conversación con Paz Encina, Cao Guimarães y Kiro Russo
Como todos los cines políticos que le fueron contemporáneos, el cine latinoamericano de las décadas del 60 y 70 pensó sus imágenes en función de un objetivo revolucionario: se trató allí de agenciar con los films una emancipación que quiso ser a la vez cultural, económica y política. Pero emancipación, sabemos, se dice de muchas maneras. Algo que se manifestó, por un lado, en la pregunta respecto de los modos en que los cineastas podían o debían agenciar una liberación mediante la imagen. Por otro, y acaso sobre todo, el carácter problemático del proyecto emancipatorio supuso la pregunta respecto del sujeto a ser emancipado. Una discusión que sin dudas tiene en su centro a Glauber Rocha, que en 1968 impugnó el cine político que le era contemporáneo con una máxima que es célebre por lo lapidaria: “el pueblo –dijo Rocha– es el mito de la burguesía”. En lugar de ese mito el cineasta brasileño propuso una estética del sueño: no la determinación paternalista de una forma para el pueblo, sino una poética mística, que en su irracionalidad resistiría tanto a las racionalidades del mercado como a las instrumentalizaciones del partido. No un sujeto identitario y presente, diríamos, sino un sujeto a la vez precario y por venir.
Aunque en términos sustancialmente diversos, la máxima de Rocha parece todavía informar las discusiones sobre el cine del continente. Tácita o explícitamente, sobrevuela al menos esta conversación, en que tres cineastas buscan pensar la actualidad del cine latinoamericano, y entonces la actualidad de la pregunta por la emancipación y sus sujetos. Acaso no deba sorprendernos que Glauber se haga presente en las reflexiones de Cao Guimarães, allí donde el realizador brasileño recuerda la tradición antropofágica que también Rocha hizo propia. Como sabemos, una tradición que postula la necesidad de fagocitar la cultura europea, en cuya apropiación monstruosa estaría la clave para pensar una especificidad local. Pero la figura de Glauber se hace presente también en las palabras de Kiro Russo, cineasta boliviano que aquí pregunta si acaso el cine latinoamericano no debe partir de la pregunta por lo arcaico: por “el retorno a lo mágico, a la gramática confusa de la locura”. Por último, aunque quizá de modo menos literal, las preguntas de Rocha sirven para comprender las intervenciones de Paz Encina, que desde el Paraguay propone pensar en clave menor la tradición del cine emancipatorio, y en términos que acaso podamos llamar vitalistas. “Filmar como vivo y vivir como filmo… y en esa búsqueda, como resultado, encontrarme con una sed de emancipación”.
Encina, Russo y Guimarães no refieren lo latinoamericano a un universal cuya forma esté determinada o pueda siquiera imaginarse. Si el cine sigue prometiendo la pertenencia a un pueblo, si sigue prometiendo alguna forma comunitaria, esa comunidad no parece definirse positivamente. No, ciertamente, en los términos del cine político impugnado por Glauber: un cine que asignaba al pueblo una forma estable, ya consumada o susceptible de serlo. Pero la comunidad que piensan aquí los cineastas tampoco es aquella solicitada por la estética del sueño. La precariedad de un cine latinoamericano parece ser hoy ante todo una precariedad hecha de vivencias y de heridas irreductiblemente singulares. Entre la singularidad de los cineastas y la universalidad de la emancipación parece abrirse entonces un espacio, acaso el espacio de una promesa.
[Entrevista completa disponible en papel]
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