por Gustavo Galuppo Alives
No se trata de lo asombroso ni de lo extraordinario. No se trata de esa hipérbole que dota de un simpático exotismo a las vivencias de las culturas designadas como “subdesarroladas”, y que en virtud de tal designación se suponen estancadas aún en curiosas supersticiones desprestigiadas por el desarrollismo eurocéntrico (tecnocientífico-capitalista-colonial). Se trata de otra cosa. De la condición de existencia de un mundo diverso, de mundos diversos. De un modo existencial múltiple en el cual se disuelven las jerarquías binarizantes acordes a la lógica del dominio y la apropiación: sujeto y objeto, pasado y presente, ausencia y presencia, viviente y no viviente, visible y no visible. Se trata de otra condición de existencia abierta a la diversidad de las experiencias sintientes que no recusan de sus contradicciones constitutivas. La magia es el punto de lo indecidible entre posiciones en apariencia opuestas, esa tensión irresoluble o esa composición paradójica. Lo llamado mágico, allí, no es un hecho sobrenatural; la magia es la condición política de un mundo que resiste.
El cine no necesita de figuras extraordinarias para componer lo sin nombre de la magia y sus pasajes a una exterioridad inalienable. Esas figuras ni siquiera le vienen bien, suelen desbaratarlo incluso en un artificio que le resulta ajeno y que deviene fatalmente banal. Ni hombres alados, ni amantes que flotan, ni espectros circenses, ni florituras de ensoñación, ni la hipertrofia del asombro, nada de eso le conviene a la imagen del cine. Por el contrario, lo propio del pensamiento mágico es ya lo propio de la representación cinematográfica, es aquello que la define en su manifestación problemática que es la misma condición de su existencia: el punto de indeterminación entre lo que está presente y lo que está ausente, entre lo que ya pasó y lo que pasa ahora, entre lo visible y lo decible, entre lo viviente y lo no viviente. Indecibilidad de un acontecimiento que ya en sí mismo es del orden de lo espectral, siempre irreductible. Allí, el (neo)realismo mágico al que el cine llega o retorna por depuración de los recursos. Por una sustracción de aquellas estrategias parasitarias a través de las cuales la imagen se vuelve plenamente decible, y se inserta así en una cadena lógica de causas y efectos para erigir su presencia entre las trampas siempre fascinantes de la completud y del reemplazo. Depuración y sustracción que devuelven a la imagen la potencia de sus aporías temporales. De allí también que, cuando la imagen del cine se sabe tiempo y entra en el orden anacrónico de la memoria, hace surgir la posibilidad de un pasaje en el que otro mundo se manifiesta desde el rango esquivo de lo mágico, un mundo que es magia en tanto lo real no se deja capturar ni domesticar en la completud de una presencia plena de significado, en tanto el tiempo se sale de sus goznes y se acopla a los ciclos que indiferencian el instante y la eternidad. En ese tiempo el mundo entero vive sin jerarquías y los muertos asumen la palabra. Palabra-alma de un mundo sin antes ni después, sin adentro ni afuera, sin anverso ni reverso.
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Haydeé lekavicius
Posted at 13:33h, 03 eneroGracias Gustavo Me acercó un camino para explicarme lo inexplicable de la magia del cine