por Domin Choi
No sorprende descubrir que la Nouvelle Vague se ha transformado en estos años en una categoría aplicable, en el ámbito francés –especialmente en Cahiers du cinéma–, para marcar las distintas fases de evolución de la cinematografía de un país, sobre todo las poco conocidas en el ámbito occidental. Así, el cine yugoeslavo, taiwanés o coreano tendrían en distintas etapas sus correspondientes años nouvelle vague. Signo y adjetivo de renovación, la Nouvelle Vague se ha vuelto una especie de sello para indicar momentos asociados a transformaciones con cierta radicalidad, en el tratamiento del mundo visible en lo que toca al cine. Nombre entonces, algo cómodo, de diacronía, única en su especie –ya que ni el neorrealismo ni el experiosnismo, siendo hoy por hoy categorías estéticas recurrentes, para nombrar dos de las escuelas más conocidas, se han constituido en indicadores diacrónicos “trasladables” geográficamente–, la Nouvelle Vague parecería indicar no sólo una estética sino también y fundamentalmente un modo de experimentar el cine de una generación con respecto a la anterior. Problema generacional y de experiencia de la historia del cine, la Nouvelle Vague ha podido reunir a un puñado de críticos y cineastas con claros signos de afinidades electivas. Y tal vez podríamos arriesgar que ésta ha sido la última gran fase reconocible de la historia del cine.
Así podemos considerar la Nouvelle Vague, siendo un episodio típicamente francés, como el sello cinematográfico con mayores aspiraciones de internacionalismo, pero en un sentido completamente alejado del internacionalismo económico del cine de Hollywood. Porque es a partir de la generación Nouvelle Vague –o más bien en su contorno, bajo la figura de Resnais- que aparece con claridad la posibilidad de la idea de un solo cine, un cine que se piensa mundialmente desde París, Nevers a Hiroshima y más allá, para revitalizar y espiritualizar el mundo, como diría Deleuze, luego de las más próximas y pasadas catástrofes que le tocó vivir a la especie humana. Es también esta época, como lo ha indicado Daney, que se empieza a esbozar un público universal, un público de una cinefilia de autor que comparte un mismo amor por el cine en todo el mundo.
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