As Filhas do Fogo, perfomance instalativa de Pedro Costa. Una crónica.
por Javier Olivera
1.
El extrañamiento se impone desde la entrada a la sala de la Cineteca madrileña:[1] atravesamos pasillos serpenteantes y a oscuras para arribar en silente procesión hasta un espacio abierto, un amplio cubo negro en el que destacan dos paredes casi paralelas, rugosas, de apariencia terrosa. Un artificio evidente que invita a rozar la mano y a pensar la sala como un gran dispositivo. El artificio como símbolo, gesto, y su configuración de sentido según el juego de relaciones con los otros elementos: músicos, performers, espacio, proyección, sonido e imagen. El público deambula entre las dos paredes, mirando para todos lados con la ansiedad que provoca lo desconocido. No hay asientos ni cuarta pared. Hay una cierta inquietud por no saber cómo actuar y ello se traduce en los pequeños grupos que se forman en rincones y pasillos, como buscando un calor, una presencia.
Hasta ahí la “preparación” del público para lo que va a vivir. Recuerda las piezas del artista James Turrel que, al trabajar con fuentes de luz sutiles, cuando uno ingresa a ver una instalación suya hay que dejar pasar un momento en el que las pupilas se abren y el ojo se acostumbra a ver en la penumbra. En esta era de la híper-asimilación de estímulos visuales, ya este “rito” se vuelve un gesto político. No podemos entrar a “consumir” la pieza de Costa: hay que preparar el cuerpo y la mente para la experiencia. Porque no vamos a ver una película: el cineasta se aleja de la convención de evento cinematográfico a pesar de la pantalla que cuelga en el centro del espacio. La obra es un todo que se despliega arriba, a los costados y detrás de uno. Con lo cual uno (espectador) no va a ver (y mucho menos consumir) un espectáculo; uno debe entregarse a una experiencia estética, sensorial, de compleja elaboración formal. Estalla la pregunta baziniana (qué es el cine): el cine ahora puede ser multidimensional y multisensorial. La expansión del cine abre un campo rico de colaboraciones entre artistas y formatos.
Sobre un andamio negro (parece que todo flota en este gran espacio oscuro) Os Músicos do Tejo esperan el ingreso del público en silencio, sosteniendo en sus brazos violines, laúdes, fagots. Las manos de Marta Araújo descansan sobre el teclado del clave. El grupo creado por ella y por Marcos Magalhâes, recupera la música barroca y la difunde en la contemporaneidad. Quimera tan utópica como este ¿evento, performance, espectáculo, tableau vivant? Otra vez, un gran extrañamiento nos invade. ¿Qué es esto?
Exposición de James Turrel, Inmersive Light
2.
Sobre la pantalla se ven imágenes del volcán Pico do Fogo en erupción. Imágenes en 16mm, materialidad que marca un tiempo y que sugiere una impronta documental. Se da –por primera vez– un arraigo en la realidad. Se reconoce que algunos fotogramas pertenecen a Casa de Lava (1994). Unos habitantes de Cabo Verde miran a cámara, rostros duros, curtidos, mujeres de mirada penetrante. Un espectador pasa y mira la pantalla desde abajo. Otros desde un costado, atrincherados en un rincón de la sala. Veo algunas caras conocidas: nos miramos y saludamos con un cabeceo, un código de hermandad cinéfila porque somos una pequeña tribu que se repite en los eventos de cine y artes visuales en Madrid. Me alegra compartir con estos camaradas una experiencia tan singular como ésta. La pantalla sigue dando a ver miradas largas e inquietantes, jóvenes curtidos por el clima y la dureza de la existencia. Sus cabellos vuelan con el viento de la isla y tapan sus ojos y facciones. Como su visión puede darse desde diferentes ángulos, la pantalla es menos cine y más instalación. Una pantalla con un anverso y reverso que flota entre las dos paredes oblicuas y rugosas. Y detrás, los músicos que finalmente comienzan a ejecutar un sonido anacrónico. Es imposible generar un anclaje temporal y de sentido. Crece la sensación de extrañamiento y se refuerza la certeza de que seremos atravesados por emociones poderosas.
3.
Comienzo a intuir que la obra se estructura en una serie de músicas y canciones de forma secuencial, como los fotogramas de un film; la única línea recta en esta pieza híbrida que es teatro, performance, música en vivo, cine, instalación. Es todo eso y nada de eso. Los límites entre formatos se han borrado para presentar un evento/experiencia inclasificable. Costa reiteradas veces ha hablado del “secreto” que desprende una pantalla. Ese secreto es un holograma presente en As Filhas de Fogo. El sentido oculto, la intención no develada, para dar a ver sólo los retazos de una oración en donde faltan letras. Ese misterio (o el extrañamiento brechtiano, nunca mejor citado en este caso) toma nuestro cuerpo y mente. Quedamos expuestos a un devenir absurdo, sin sentido –en apariencia– pero que va horadando en nuestra emoción una grieta de la que emerge un sentido trágico de la existencia, una pesadumbre que humedece los ojos y el alma. Esa idea de un secreto compartido pero que cada uno lee y vive de forma privada. Puertas adentro, las paredes contienen nuestra fragilidad expuesta. Ahora es el rito, es la comunión, el re-ligarse con lo más profundo y bellamente humano.
Casa de lava (1994)
4.
Entre las canciones y músicas conviven Schubert, Monteverdi, Eisler y Kurtág junto a textos de Brecht, Kafka, Petrarca y Goethe. El programa de mano presenta las letras en sus idiomas originales: portugués, inglés, ruso, italiano. Totalmente alejado de toda pretensión culta, Costa evidencia el manejo de una cultura vasta para utilizarlo en su ensamblaje, para crear un sistema de referencias que absorbe elementos dramáticos comunes (tanto en las melodías como en los textos) de, digamos, la “alta” cultura europea, para hacerlos colisionar con las imágenes en pantalla y las performances en vivo, expresiones de las vidas silenciadas de los inmigrantes caboverdianos. Allí es donde se despliega la imagen-Costa: las noches, la miseria, la oscuridad de los callejones y las habitaciones derruidas. Las personas migrantes, degradadas. Los exiliados de Cabo Verde. Rostros sufrientes recortados por claroscuros, las miradas perdidas, una existencia frágil. En una sola imagen, en cualquiera, aparece todo el universo del cine de Costa. Se produce ese conjuro que sólo los grandes artistas logran: poder identificar al autor a través de una sola imagen.
5.
Desde la pantalla, algunos personajes cantan y son acompañados por Os músicos do Tejo, fusionados en una sonoridad de asombrosa semejanza (el sonido grabado del video junto a la ejecución en vivo no tiene diferencias sonoras). Todo el dispositivo es complejo en lo tecnológico, herramienta que acompaña desde atrás sin estridencias, apoyando la experiencia. Pero también se da una alteración temporal que inquieta y potencia –y recupera– la fantasmagoría cinematográfica. Una imagen proyectada (pasado) interactúa con una ejecución musical en vivo (presente). Sutilmente la visión y la escucha generan un juego temporal propio de las teorías de la mecánica cuántica: pasado y futuro están aquí y ahora en un presente eterno.
6.
che veggio, ohimé, che miro?
Questa terra vorace i vivi inghiotte,
apre bocche e caverne
d´umano sangue ingorde, e piú non soffre
del visitor il passo,
ma la carne dell´uom tranghiotte il sasso.
Che prodigi son questi?
Dunque, patria, apprendesti a divorar le genti?[2]
Las palabras de Badoaro sobre música de Monteverdi son interpretadas por una mujer de la limpieza que aparece fregando el suelo. Con fregona en la mano y ataviada con delantal celeste de limpieza, Anastácia Carvalho (negra, inmigrante de Cabo Verde) canta estos versos como un lamento que la describe. Lo performático se cruza con la realidad: la actuante y la representada se (con)funden. Luego, rodeando la otra pared, asoma otra limpiadora. Y le contesta a la primera. En medio de todo el montaje, entre el público conmovido, las dos mujeres dialogan musicalmente, en cada extremo de la instalación, un momento crudo y bello.
Comienza a evidenciarse una línea argumental: unas jóvenes hermanas huyen de la erupción del volcán Fogo y llegan desde Cabo Verde hasta un puerto europeo. Allí deambulan, tomadas de la mano, conjurando sus miedos a través de la música y las canciones.
7.
A un costado –nunca lo vi llegar– descubro a un hombre sentado portando una radio. La enciende y sale una melodía rota. El hombre comienza a cantar. Cuando termina, se levanta con pesadumbre y sale. El hombre de mediana edad, alto y delgado, de raza negra, usa una gorra. ¿Ventura? Un émulo. Es que en este sistema cerrado del universo Costa están el claroscuro, la paleta, los espacios derruidos, las temáticas y también sus personajes. Está Ventura, está Vitalina. También está Vanda, en la pantalla, quemando droga en una habitación ruin. Es interesante que el punto de partida pareciera ser Casa de Lava, película seminal de Costa porque a partir de allí se dieron las claves discursivas, formales y estéticas de toda su filmografía posterior.
8.
As Filhas do Fogo es una reescritura, un nuevo abordaje del universo Costa. Comprometido con las duras existencias de los desfavorecidos de Portugal, el artista portugués (ya no lo nombro como cineasta, porque esa definición es limitante) es, ante todo, un gran humanista que utiliza distintos lenguajes para crear desde un gesto fuertemente contemporáneo (la apropiación, el mash up, el borramiento de límites entre formatos). Pero a diferencia de muchos cineastas que actualmente producen instalaciones, expanden sus obras, etc., Costa conoce las reglas intrínsecas de cada lenguaje: la prueba está en la precisión de cómo utiliza cada formato. Saca lo mejor de la singularidad formal de cada arte: la disposición espacial de la instalación; la intención (sólo como gesto) de la narrativa cinematográfica; la experiencia sensorial de la música y la energía de la performance en vivo. Estos componentes tan brillantemente ejecutados hacen a un todo potente que apunta menos al intelecto y más a la emoción. Un gran gesto estético-político.
9.
Esta pieza es finalmente un sistema cerrado del universo Costa, una taxonomía heterogénea de climas, personajes y preocupaciones que abordan toda su obra. Una pieza-holograma de un corpus.
10.
Salimos de la sala en silencio y nos rodea el aire cálido del fin del verano. Se forman grupos, pero algunos de nosotros permanecemos en silencio, como volviendo a la realidad. No podemos hablar. Necesitamos un tiempo para volver a la existencia cotidiana. Me cruzo una mirada con un conocido que se ha puesto a caminar como un zombie, la mirada perdida y los ojos húmedos. Los dos reconocemos el estado compartido y nos sonreímos.
[1] La performance instalativa de Costa pudo verse en la Cineteca de Madrid, el 4 de junio de 2019.
[2] Qué veo, oh querido, a qué aspiro/ Esta tierra voraz se traga la vida/ abre bocas y cavernas/ de sangre humana, y ya no sufre/ por el visitante o el paso, / pero la carne del hombre se tragó la piedra. / ¿Qué prodigios son estos? / Por lo tanto, patria, ¿aprendiste a devorar a la gente?
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