por Emilio Bernini
En el momento en que el Estado actúa para favorecer la industria está, en verdad, cambiando las relaciones de los cineastas con aquellos que financian sus actividades y está, en consecuencia, ocupando el lugar económico que antes pertenecía, únicamente, a los estudios. Sin embargo, el control que ahora el Estado puede ejercer sobre la actividad cinematográfica es más débil –a pesar de contar con una estructura institucional, con poder legislativo, a pesar de las leyes que se dictan por primera vez para el cine–, que aquel que la industria misma pudo tener sobre sus producciones, que solo respondían a las leyes impuestas por el mercado. El cineasta, en este proceso, ya no debe adecuarse exclusivamente a las normas del relato industrial, exigidas en los estudios durante más o menos una década, sino también a las normas morales, políticas, que ahora impone el Estado y que exceden, con mucho, las del mercado. En una suerte de intersticio entre dos normas –que no es más que el debilitamiento del relato industrial y la imposición de exigencias nuevas, no narrativas sino ideológicas– se configura, pues, inesperadamente, un espacio de autonomía. Ya no es necesario cumplir estrictamente con el relato industrial si se aceptan las normas estatales, porque aquello que hubiera perdido económicamente al no responder al primero, estaba garantizado sin embargo al respetar las últimas. Cuando el Estado, en efecto, asegura en términos económicos, por más que exija en términos ideológicos, posibilita, sin saberlo, la ‘independencia’ del cineasta que es, ante todo, económica. Luego, a posteriori, será estética, con los nuevos cineastas que la crítica denominará ‘generación del sesenta’ que, efectivamente, va a comenzar con ese decreto ley que subsidiará, nada menos, que el cine experimental y, también, el cortometraje, que es tanto la forma con que los nuevos cineastas ingresan al campo del cine, por fuera de la industria, como la forma que, en algunos casos, asumirá la experimentación estética. Aquello que aún hoy llamamos ‘cine independiente’, empieza justamente cuando el cineasta se libera del régimen industrial, pero siempre a condición de asumir las condiciones que el Estado le impone cuando asume el lugar financiero que ocupaba la industria.
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