Aquel tipo que no se me parece soy yo. Una reflexión sobre la película de Rainer W. Fassbinder, Berlin Alexanderplatz (1979-1980)

por Jerónimo Ledesma

El encuentro es una figura clave de Berlin Alexanderplatz. A su vez hay un tipo de imagen que está ligado al encuentro y que privilegia la expresión no verbal. Es el retrato. Berlin Alexanderplatz está llena de retratos. Así como el encuentro puede ser considerado símbolo de la estética del filme en loq ue respecta a la historia de ranz, el retrato puede ser visto como símbolo del encuentro. El código del rostro enmarcado, del personaje saliente que, detenido, concentra su visión, también pertenece al melodrama. Suspensión de todo lo que no interviene en la comunicación de las intensidades visuales, afecto al desnudo, embalado y protegido por el cuadro de la cámara, el retrato es la inmediatez del otro.

Técnicamente es un primer plano que fija una exaltación de la mirada. El espectador no siempre sabe por qué debe contemplar por tanto tiempo un rostro. ¿Qué significa ese rostro quieto, realzado artificialmente? En efecto, el retrato de anetidad, por el montaje, a la mirada, y la mirada, a su vez, a la escena. El rostro retratado tiene luz y existe porque está frente a unos ojos que lo codician o lo interrogan. Y suele ser la mirada, o más precisamente aquello que la dirige, lo que justifica el retrato. El retratado está solo con quien dialoga en un recinto de intimidad y nosotros nos colamos en él con impudicia, a la manera del voyeur. Somos un tercer punto en la escena de la intimidad.

El peso del retrato en Berlin Alexanderplatz se hace evidente al comenzar el filme. Vemos a Franz que sale de una habitación oscura. Se encuentra ahora al iare libre, bajo el sol. Franz está libre, pero no se anima a salir porque la calle lo aterra. Un guardia le da aliento y Franz se decide. Pero entonces el ruido lo sacude de golpe, su rostro se contrae y Franz se tapa las orejas con las manos. La imagen se congela; en letras blancas se sobreimprime: “Comienza el castigo”, una oración sacada del libro de Döblin. Allí está el primer retrato de la película: el retrato de un mártir que nos recuerda a El grito de Munch.

Cada retrato tiene su luz, su música y una oportunidad de aparecer. Tomemos el de Mieze, por ejemplo. Mieze es una muchacha a la que Franz conoce por intermedio de su amiga Eva. Döblin la describe como una muchacha “menuda, que parece una colegiala con su vestidito blanco y vaporoso y los brazos al aire; sus movimientos son suaves y lentos”. Cuando Mieze aparece en el cuarto de Franz, una música angelical suena de fondo. Franz queda embobado con su belleza; lo sabemos por su expresión. En verdad se ha enamorado a primera vista. La cámara nos da entonces una toma de ella mirando inocentemente a Franz: es un retrato que se contempla con la sonrisa de la muchacha. “Es como cuando sale el sol”, dice Franz al verla sonreír.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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