La vía láctea: por una fluctuación eterna. El concepto de política en el cine de Luis Buñuel y algunas implicancias en los años setenta

por Jerónimo Ledesma

Si considerásemos que la politica en el cine es todo contenido que intervenga de algun modo en las disputas intelectuales sobre el poder y la sociedad desde una posición determinada, deberíamos tener en cuenta el tríptico formado por Así es la aurora (1955), La muete en este jardín (1956) y Los ambiciosos (1959), ya que contiene comentarios directos sobre la revolución. Me bastará con decir algo sobre la última.

En todo este “tríptico revolucionario” de producción francesa, se recurre a personajes centrales que encarnan la dinámica de la revolución y sus contradicciones. En Los ambiciosos -la peor pero la más explícita del tríptico, y tal vez de toda la obra-, Ramón Vázquez es un joven que va adueñándose del poder en una isla penal de una república sudamericana, primero asesinando al gobernador y luego empujando una revuelta contra el sustituto. Vázquez, que había tratado inúltimente de humanizar la condición de los convictos por medio de reformas, decide al fin, tras la revuelta, enfrentar solo el régimen tiránico. Y al respecto se nos dice: “Este rechazo formal es el símbolo de su propia muerte, pero también el de su libertad”. Sin embargo, el alcance redentor de este sacrificio es por lo menos débil, si atendemos al desarrollo completo de la película. Inés, amante de Vázquez, y viuda del gobernador, muerta en la revuelta, le habia señalado: “Un segundo de valentía nos bastapara redimir años de cobardía”.

La crítica ha dictaminado con justa insistencia el naufragio estético y la rigidez ideológica de Los ambiciosos, y el propio Buñuel ha querido desterrarla de su memoria. Emilio García Riera sugiere dos motivos que habrían propiciado esta inhibición: que fuera un encargo progresista francés y que estuviera plagada de lugares comunes de su historia personal. En efecto, la posibilidad de exponer tan directamente una idea sobre la revolución burguesa y, de paso, sobre la España franquista, iba en contra de los principios poéticos de Buñuel. Y las ideas progresistas de un hombre reformable, esencialmente bueno, como queda demostrado en Los olvidados, Nazarín o Viridiana, no admiten ninguna fe en su perspectiva. Con El río y la muerte, que trata sobre la tradición de la violencia en México -un tema que no le disgustaba en absoluto-, le había pasado algo similar por tener que responder a una tesis progresista: “Lo que no me gusta -dice- es la tesis que la película parece sostener: instruyámonos, cultivémonos, hágamonos todos universitarios, y dejaremos de matarnos entre nosotros”.

Ocurre en verdad que el comentario directo de un tema o acontecimiento político, que supone una posición dogmática fija, una tesis concreta, una ley, es viable -y solo hasta cierto punto- en el discurso biográfico, pero no en su cine. “Es absurdo intentar, a priori, exponer un problema en un filme y querer demostrar algo”, dice en una entrevista. (…) Pero en su actitud política como cineasta, Buñuel repudia la posición del dogmático y llega a considerarla objeto de sus ataques, punto de fundación de una política.

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