El pensamiento de Glauber Rocha: las contigüedades de la memoria

por Horacio González

[…] Pero ese brutal contraste entre la forma hierática del poder y su retruque carnavalesco estaba en el centro de la obra glauberiana. Poco antes de su muerte en Lisboa, durante el primer año de la década del ochenta, fechas que quedan ad referendum de unos recuerdos que se resisten a perder su vaguedad, hacía un programa de televisión llamado Apertura, nombre tomado del vocabulario que el propio gobierno militar y la clase política empleaban para mentar el desemboque en las futuras elecciones generales. He visto muchos de esos programas, que fueron el intento de Glauber de modificar la televisión brasileña con un golpe crispado de alegorismo político tropicalista. En todas sus emisiones, dialogaba con dos personajes a los que había rebautizado “Brizola” y “Severino”, como encarnación intencionada del político que en ese momento contaba quizá con sus simpatías –y que estaba regresando de su exilio–, el político trabalhista Leonel Brizola, y del migrante nordestino hacia la gran ciudad, que traía muy pocas cosas además de su nombre arquetípico, repetido en miles y miles de vidas, el nombre de Severino –como el de Lula– había sido tomado por el poeta João Cabral de Melo Neto para imaginar “una vida y una muerte severina”.

Glauber Rocha dialogaba disparatadamente con estas dos figuras, que eran dos vivaces mulatitos de Rio de Janeiro, ciudad desde donde se emitía Apertura. Ambos habían aceptado con una mezcla de resignada ironía y alegría zumbona la chifladura de Glauber y acaso intuían que en ellos el cineasta buscaba el mismo motivo que en sus filmes, el remoto gesto redentor y los borrosos signos reparadores hipotéticamente yacentes en el seno del pueblo brasileño. La cámara se agitaba con contorsiones delirantes, destrozando cuerpos y palabras, de un modo que luego sería familiar en la televisión de esa década, pero que Glauber ya estaba experimentando como “vanguardista subsumido en las grandes armazones de sentido”. Uno de los programas recordables (por mí) mostraba una entrevista a un psicoanalista carioca que vivía a orillas de la Laguna Rodrigo de Freitas, en Rio, una zona aristocrática y sofisticada. La disparidad entre la “vida severina” y el idioma psicoanalítico de la alta burguesía era uno de los contrastes que buscaba Glauber, en su estilo gritón, nervioso, alegremente trastornado.

Con el mismo sistema de extenuación, que interrogaba las situaciones cristalizadas para provocar un descalabro en su esencia ritual, Glauber escribió una novela onírico política –Riverão Suassurana– y numerosas columnas semanales en la Folha de São Paulo, acudiendo a una gramática propia que trastornaba el idioma portugués corriente con lúdicas mutaciones ortográficas y lexicales. Su texto se enrarecía notablemente con el extrañamiento gramatical, al mismo tiempo que sus temas rozaban argumentos vinculados al denuesto ocurrente y a las obsesiones de un espíritu alcanzado por sombrías persecuciones. Es conocido el hecho de que las diversas propuestas de autonomismo cultural promovidas por un amplio abanico de nacionalismos del siglo XIX y XX difícilmente se privaban de los juegos de diferenciación de los idiomas nacionales. Glauber Rocha retomó esa vasta ilusión romántica con un sesgo que mucho le debía al dadaísmo y al tropicalismo antropofágico de Oswald de Andrade.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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