Ciertas tendencias del cine argentino. Notas sobre el «nuevo cine» (1956-1966)

por Emilio Bernini

Salvo algunos, los cineastas agrupados en torno al término “generación del sesenta” no proceden del cine, sino de otras áreas, nuevas para el oficio: la cinefilia y la formación intelectual. Son dos aprendizajes sin la experiencia del trabajo, sin el conocimiento progresivo adquirido durante años en los estudios, y ambos contribuyen a señalar un primer rasgo grupal para una generación a la que se le ha negado cualquier comunidad. De un lado, aprendieron a mirar cine, no detrás de las cámaras ni en los sets de filmación, sino en los espacios cerrados de los cineclubes (espacios “sofocantes”, “catacumbas”, dirán poco después los realizadores de la vanguardia política como Octavio Getino, opuestos a las “experiencias formales”), cuya clausura no auguraba más que aperturas, salidas, superación de las imposibilidades. Los cineclubes fueron el espacio físico donde pudo prorrogarse el tiempo necesario para hacer cine en la Argentina de los años cincuenta y donde se habrían articulado nuevos paradigmas de imagen, porque aprender a ver resultaba a la vez concebir la imagen futura. Los nuevos cineastas obtuvieron así, frente a la historia del cine argentino y a su tradición considerada irrecuperable, el conjunto abigarrado de una cinematografía universal cuya visión presuponía trascender una industria en estado crítico que, con el tiempo, se revelaría inmodificable.

De otro lado, un aprendizaje que tampoco requirió la práctica progresiva del trabajo, las conversaciones con los directores de las generaciones previas, esa transmisión no pautada pro normas académicas, sino el estudio en el exterior (Italia, Francia, Estados Unidos) y en escuelas y talleres que se fundan casi simultáneamente en Argentina, en los mismos años cincuenta (La Plata, Santa Fe, Córdoba). Los dos aprendizajes conformaron un movimiento doble, segundo rasgo grupal: si el nuevo cine argentino no puede ser considerado un movimiento grupal, con conciencia de sí y con objetivos conjuntos o programáticos, sin embargo puede reconocerse el mismo movimiento dialéctico que observa la vanguardia francesa: la (re)visión de la historia del cine y el proyecto de una nueva imagen presupuesto en el mismo acto de ver el cine del mundo. Sin embargo, y a diferencia de sus contemporáneos de la Nouvelle Vague, los cineastas de la nueva generación apenas participaron de la crítica y no parecen haber privilegiado autores de la historia del cine universal, a excepción de sus modelos más cercanos, y menos aún del cine argentino. Toda la historia del cine, vista en los espacios cerrados, aparecía como aquello que se oponía a lo que nuestra cinematografía, en bloque, no había hecho: el cine argentino no formó parte del cine universal que se veía, salvo excepciones.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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