Gilles Deleuze o la armonía del cine

por Gonzalo Aguilar

Es verdad que, pese a su interés por el cine, Deleuze por momentos parece pasar por las películas con el único fin de llegar al concepto, pero si esto es así es porque, como mostró Alain Badiou, “continúa siendo la filosofía (de Deleuze) la que vuelve, y por eso le permite al cine ser ahí donde no es por sí mismo”. La potenciación en realidad es recíproca ya que la pregunta sobre por qué el cine necesita del concepto recibe en el trabajo crítico de Deleuze una respuesta en la que la forma fílmica desempeña un papel central: el concepto deleuziano, sin dejar de ser una invención filosófica (articulada a partir de la lectura de Bergson y de Peirce), acompaña ya no sólo los filmes sino también los escritos de los realizadores o sus entrevistas periodísticas (cuando se trata de autores con importantes escritos teóricos como Eisenstein o Godard, Deleuze recurre al comentario de texto como antes lo hizo con Hume o Spinoza) y, en el caso de que esos escritos conceptuales no existan como sucede con Howard Hawks o John Ford, su escritura sigue lo más cerca posible la lógica inmanente de las imágenes. Más que aplicar, más que pasar por la imagen para llegar a su filosofía, lo que hace Deleuze es extraer, pensar con las películas, develar sus mecanismos de construcción: no salir de la caverna sino tratar de comprender la lógica que anida en sus sombras proyectadas.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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