Estado, sociedad e industria del cine en la Alemania nazi. La trilogía documental de Leni Reifenstahl

por Román Setton

En vista de un Estado que regulaba la producción, la exhibición y la crítica y hasta la recepción (durante la guerra, se cerraban las puertas para impedir que los espectadores salieran mientras se exhibía el noticiero que acompañaba los films, la Deutsche Wochenschau), sorprende la aparente ambigüedad ideológica que lograron mantener algunas de las figuras más prominentes de la denominada Filmwelt. Esto se debe a que las medidas no solían ser tan rígidas con los ‘artistas’ del cine respecto de sus convicciones políticas o de sus vidas privadas. En la medida en que se estimaba en mucho la contribución del cine a la política del Estado, existían ciertas prerrogativas para los artistas, y a los integrantes del mundo del cine se les concedían determinados privilegios impensables en un régimen democrático o comunista. El lema de Goebbels era: ‘los artistas no deben ser molestados’. Esta actitud se debía en parte a cierto diletantismo de los líderes del nacionalsocialismo, que los llevaba a una cierta adoración de los artistas (Hitler era, como sabemos, un pintor frustrado, y Goebbels había probado suerte como novelista y autor dramático). Tal como se ve en el citado discurso de Goebbels, se otorga una cierta libertad al arte –y al artista– impensable para otros ámbitos y para el ciudadano corriente. Esta perspectiva del Ministro del Propaganda e Ilustración Popular permitió que los artistas se consideraran por encima de la prosa de la vida corriente, en las altas cumbres del arte, lejos de los agitados valles de la política. Esta concepción de la esfera artística, que Goebbels señala como propia del mundo del cine de la República de Weimar, se acentuó considerablemente durante la Alemania nazi. Muchos de los que participaron en la realización de este cine no coincidían –o lo hacían solo en parte– con las ideas nacionalsocialistas y en el mundo del cine reinó algo semejante al oportunismo. Como señala Stewart Hull, decidir entre el estrellato y el exilio, entre la veneración de 66 millones de alemanes y los campos de concentración, no constituía una elección demasiado complicada y muchos cometieron la equivocación de oponer una presunta eternidad del arte a una más ficticia fugacidad del régimen político. De este modo, si bien esta industria ha estado casi totalmente al servicio de la política, los integrantes del mundo del cine han perseguido, predominantemente, sus propios intereses.

[Disponible completo en la versión en papel.]

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